Según las agencias de noticias un nuevo episodio insólito ha venido a sumarse al largo programa de numeritos del circo ochomilista para satisfacción de quienes se nutren de la información generada (o más bien fabricada) alrededor de los gigantes del Himalaya.
Un octogenario nepalí ha muerto a los pies del Everest en un intento patético de ascender la montaña. No llegó mucho más allá del Campo Base. Imagino los comentarios que desencadenará este suceso, el tono jocoso de algunos y el aire suficiente de otros, también el de los que se escandalizan indignados por la mercantilización del montañismo en esos ámbitos.
Sin embargo, no quisiera pasar de largo sobre esta noticia. Para quien defiende a capa y espada un modelo de deporte que sirva como enriquecimiento personal, más allá del espectáculo competitivo del sillón ball, aplicable a todo el mundo y a toda edad, las actividades deportivas en la tercera edad son siempre foco de atención.
Sailendra Kumar Upadhyaya era un exdiplomático nepalí, fue embajador en la ONU y ministro de asuntos exteriores. Dicen que a los 82 años quiso cumplir su sueño de ascender al Everest. Un poco tarde ¿no os parece? Los pormenores de la historia los podéis ver aquí.
Lo siento, pero no cuela.
Uno está dispuesto a aceptar que aquel boxeador de pocas luces convertido en héroe nacional de la noche a la mañana, a finales de los años ochenta, estuviera dispuesto a subirse a un ring a que le partieran la cara una y otra vez para ganarse el pan que probablemente no tuviera otro medio mejor con el que procurarse. No parecía lo bastante listo para nada mejor. Pero, hasta donde yo imagino, un diplomático es precisamente alguien ducho en la ponderación de lo posible, del cálculo, de la estrategia. Un diplomático puede ser ladino, interesado, defender lo propio o lo de quien le paga por encima de lo aceptable, puede, incluso, ser deshonesto, pero tonto, no amigos no, tonto soy yo, pero no éste. Y habría que ser realmente tonto para intentar subir el Everest con 82 años.
A mí sólo se me ocurre una explicación y es que este hombre confundiera su sueño o, más probablemente, sus voceros confundieran el significado de sus palabras, ¿y si este hombre no soñaba con ascender al Everest, sino con intentar ascender al Everest? Si fuera así, habría cumplido su sueño.
Otros más jóvenes, más vigorosos, más preparados, no lo verán cumplido hasta que lleguen a casa y comprueben el saldo de sus cuentas corrientes para recordarnos seguidamente a todos que la montaña está adulterada, que ellos son los últimos románticos, los Eric Shipton o los Doug Scott de nuestros días, autorizados a dar lecciones de ética.
Por mucho que suban más alto, más rápido o más veces, creo que la mayoría siguen siendo turistas de lujo, como los demás.