No me gustan los médicos, son esos tipos que te dicen en voz alta lo que tu cuerpo lleva tiempo murmurando y tú te empeñas en hacer como que no oyes. Además, tienen como una manía morbosa de hacer listas de desgracias que te pueden pasar, o que te suelen pasar, y se las aprenden. Luego te examinan sin disimulo repasando mentalmente sus listas, ahí te he pillado. Por ejemplo, en «el rincón del vago», una web de apuntes, hay una lista de cambios físicos en la vejez, si uno lee la lista se descubre al rato escrutando sin querer las señales de su cuerpo, ¡hostia! Ahí te he pillado.
Uno de los cambios que he observado en mi cuerpo, en lo relativo a hacer deporte, es que sudo menos. Y tengo menos sed. Antes sudaba profusamente en cuanto me esforzaba en un ambiente caluroso y cuando volvía a casa me abalanzaba sobre el frigorífico en busca de algo para beber. En esa larga lista de calamidades del rincón del vago está la atrofia de las glándulas sudoríparas y eso es una mala cosa. Cualquier máquina, incluso el coche de FA, por muy alta tecnología que incorpore, es relativamente ineficiente, gran parte de la energía que transforma se pierde en forma de calor. El cuerpo humano no es una excepción. Pero además ocurre que los procesos metabólicos de nuestro cuerpo requieren para su correcto funcionamiento unos márgenes muy estrechos de temperatura, el control es muy estricto y los riesgos muy grandes si se sobrepasa el límite. Siendo la sudoración el mecanismo de evacuación de calor más importante, una reducción de la capacidad de sudar merma enormemente nuestro rendimiento. También es verdad que la capacidad de sudar es entrenable, por eso Martín Fiz solía bajar a entrenar a Mallorca antes de un maratón previsiblemente caluroso, esta adaptación aumenta a lo largo de la estación y hace que nos aclimatemos y suframos menos a medida que avanza el verano. Pero claro, la capacidad de adaptación se ve reducida con la edad, disminuyendo el rendimiento y aumentando el riesgo de sufrir un golpe de calor. El deportista veterano debe ser especialmente cuidadoso con la hidratación.
Toda esa larga lista de penalidades que sufrimos con el tiempo es muy variable y personal y, por suerte, el deporte nos ayuda a retrasar su instauración. Así que, ya sabes, si no quieres que te pille, corre.
Mientras el médico examinaba mi tendón de Aquiles averiado yo me quejaba de lo que el correr castiga nuestros cuerpos. Javier Barrera es médico, pero este defecto se ve atenuado por el hecho de que es, además, maratoniano, él escuchaba pacientemente mis quejas para responderme: Sí, sí, pero, ¿y todo lo que nos evita?