Esta mañana se ha celebrado la subida a Arrate en rollerski. Me hubiese gustado participar, pero tenía un compromiso con un buen amigo. Hace unos meses Andoni me pidió que corriera con él la subida al Oindi, una carrera de media montaña que se celebra por primera vez este año en Hernani. Hay amigos a los que no se les pueden negar estas cosas y Andoni es uno de ellos. Él no es corredor, pero de vez en cuando le da por ahí, no es la primera que corremos juntos, aunque las andanzas que hemos compartido han sido en general más en la vertical. Mientras bajábamos por las laderas herbosas del Oindi me acordaba de algunos episodios comprometidos vividos en la montaña.
Tarde de primavera en Riglos, tras hacer la víspera la Murciana al Pisón bajo un calor abrasador, pero solos (raro privilegio), hoy, después de un día holgazán, hacemos por la tarde el Mango y la Hoja del Cuchillo, arriba del Mallo dejamos pasar el tiempo contemplando el pulular de escaladores en la base de las paredes, hoy sábado hay mucha gente. A eso de las seis empezamos a bajar, la botella de Somontano y los huevos fritos con longaniza de Murillo nos esperan. Andoni llega al collado donde termina el Mango. Montamos el siguiente rápel en la reunión del collado y comienzo a bajar.
Quien haya escalado en Riglos sabrá que el peculiar conglomerado de sus paredes es a veces firme y compacto como si fuera de una pieza y otras en cambio podrido y descompuesto, desmoronándose sus bolos según los tocas. A mitad de rápel empiezo a sentir malas vibraciones, la zona está muy descompuesta y tengo que tener cuidado de no tirar piedras, si ésta es una vía habitual de rápel, otros tenían que haber tirado ya esas piedras antes que yo. Cuando pierdo de vista a Andoni y veo que en la plataforma que tengo unos metros por debajo no hay ningún tinglado de rápel, el mosqueo sigue en aumento. Finalmente, superada la plataforma, veo el final de mis cuerdas seis o siete metros por debajo. ¡Mierda!
Bloqueo el shunt y examino la zona. Ni rastro de montajes para rápel.
La chimenea del Mango por donde va la vía se sitúa a mi derecha y discurre en diagonal hasta la reunión donde está Andoni, con lo cual, a medida que bajaba me he ido alejando de ella, el terreno que me separa no parece difícil aunque un simple tanteo me hace desistir de la idea, la roca se desmorona según la toco. Miro hacia arriba, sólo el hecho de pensar en remontar los casi setenta metros de cuerda por ese terreno asqueroso me deja agotado.
Finalmente opto por hacer un péndulo para alcanzar la chimenea. Andoni guarda silencio arriba imaginando que la cosa no va bien: se agradece, no hay nada peor en estas situaciones que un compañero preguntando cada veinte segundos, a gritos, qué coño pasa. Después de cuatro o cinco péndulos voy ganando distancia, tiro alguna piedra y el movimiento de la cuerda me lanza también alguna, pero, finalmente, consigo llegar hasta la chimenea y pillar un buen agarre, me estabilizo y veo un clavo un par de metros más arriba, subo y me autoaseguro con una expres, ¡uf! Asunto arreglado. Paso las cuerdas por el mosquetón para dirigir el rápel y sigo bajando hasta el parabolt reluciente de más abajo, mucho más fiable que este viejo clavo roñoso, creo que la cuerda llegará, y llega. Por los pelos, pero llega. Me autoaseguro al parabolt y libero las cuerdas para que baje Andoni, en un par de minutos está conmigo flipando por la situación. No hablamos demasiado, ya lo haremos abajo. Empezamos a recuperar cuerda y ¡lo que faltaba! Llega un punto en que la cuerda no va.
Probamos entre los dos y no hay manera, bloqueo total. Lo intentamos desde distintos ángulos aunque no tenemos posibilidad de movernos. Nada, ni un milímetro, en un rápel tan en diagonal, seguro que las cuerdas se han liado al cruzarse a la altura del nudo. Nos miramos sin hablar. La temperatura es buena, tenemos móvil y estamos bien, la situación tampoco es desesperada.
Mi amigo Andoni fuma, quizá por eso le tengo que acompañar cuando corre por el monte, como el sherpa que transporta el oxígeno, “medicinal” le llaman, ¿no? Allí, en la improvisada reunión de aquel parabolt, tan cerca del suelo y a la vez tan lejos, con uno de los cabos de nuestra cuerda bloqueada balanceándose quince metros sobre nuestras cabezas, Andoni saca un cigarrillo y lo enciende con cara de preocupación, después de esto, nuestra ya resquebrajada reputación de viejos guerreros se derrumbará definitivamente.
La situación es deprimente ¡maldita sea! Se mire como se mire, cualquiera de las posibles soluciones es un verdadero palo para nuestro orgullo de escaladores. Allí, sujetos a aquél parabolt, acariciando casi el suelo en una agradable tarde de primavera, a la vista de los paseantes, nos sentimos realmente desamparados. Desamparados y ridículos. Mientras Andoni fuma y ponderamos las alternativas, continúo con el automatismo de tirar de la cuerda de vez en cuando para comprobar que no cede, como quien se pellizca en una mala situación para asegurarse de que no está soñando. De pronto, la cuerda cede ¡Andoni, por tu madre, tira de la cuerda!
Creo que batimos todos los récords e hicimos correr la cuerda, joder que si la hicimos correr. El azul del cielo cobró una intensidad formidable, el rojo de las paredes de Riglos se hizo más cálido, el aire más tibio, hasta las voces despreocupadas de la gente que escalaba en los bordillos de la base de los Volaos sonaban familiares y acogedoras. Creo que cuando llegué al suelo estuve a punto de besarlo, probablemente lo hubiese hecho de estar solo. Bien está lo que bien acaba.
Al llegar al coche miramos la guía para descubrir que el tinglado de rápel estaba unos metros a la derecha de la reunión del collado, en la vertical de la vía, no nos habíamos fijado, además, en el inicio del capítulo dedicado al Mallo Cuchillo dice textualmente: “Aunque existe una línea de rápeles para bajar de su cima por la “Rosaleda”, lo mejor es acceder por fácil trepada hasta la cumbre del macizo trasero para así tomar el camino de bajada normal de la Visera…” Sólo le falta añadir: es conveniente leer atentamente la guía y llevarla en la mochila, no dejarla en el coche.
¡Imbéciles! Ni a Andoni ni a mí nos gusta rapelar, entendemos que es la maniobra que más riesgos entraña en la escalada y procuramos evitarla cuando es posible. El sendero que baja por el circo de verano es un lugar precioso, bajar por él, cansado, saboreando las sensaciones de una buena escalada mientras contemplas la salvaje cara norte del Pisón o el elegante Espolón SE del Fire es un auténtico placer que anticipa el de una cerveza fría y una buena cena.
Esta “batallita” es una más de las muchas historias que cualquier montañero ha podido compartir con sus compañeros de cuerda y esas historias crean unos lazos mucho más fuertes que el de la cuerda que los une. Así que, aunque por diversas circunstancias desde hace un par de años no escalo, si tú me dices ven, Andoni, lo dejo todo.