Dicen que al norte de Méjico, cerca de la frontera con los Estados Unidos, la única nota de color en el paisaje sobrio y desolado de las montañas de la Sierra Madre la ponen los vestidos de los tarahumaras, o la locura de su pasión sobrehumana por correr en mitad de un terreno árido y reseco dominado por la violencia de los cárteles de la droga.
Cristopher McDougall nos habla de ellos en su libro “Nacidos para correr”, de ellos y de una nueva estirpe de corredores adictos a los ultramaratones y a las carreras de montaña en su país.
A medida que avanzas en su lectura, te va invadiendo la convicción de estar ante un relato de ficción, donde el exceso de fantasía del autor va tejiendo historias rocambolescas de corredores exagerados, carreras exageradas y sucesos exagerados. Hasta que buscas en internet los personajes y los acontecimientos y te encuentras con ellos puntualmente para comprobar la exactitud de nombres, fechas y demás datos.
Además de los históricos personajes que asoman en el libro, como Emil Zatopek, Paula Radcliffe o Alberto Salazar, mitos maratonianos del pasado, el libro nos habla de una serie de nuevos personajes de leyenda y sus hazañas: los propios tarahumaras como Martimano Cervantes y Juan Herrera, ganadores del ultratrail 100 millas de Leadville calzados con sus sandalias y los singulares compatriotas de Cristopher dispuestos a batirse con ellos, como Scott Jurek, Barefoot Ted, Ann Trason o Jenn Shelton.
Hay un homenaje a la filosofía de la generación beat en las páginas del libro que se va haciendo cada vez más patente según pasas las páginas hasta que los popes de aquella época aparecen citados expresamente. Jack Kerouak y sus amigos se emborrachaban, meaban en el florero y se marchaban sin pagar. Esta nueva generación de corredores se emborracha, mea en el florero y se marcha sin pagar… corriendo.
Leí “En la carretera” con dieciocho años, y no me gustó. Di una segunda oportunidad a los amigotes de Kerouak y leí algunas cosas de otros colegas como Borroughs: no me gustaron. Para mí la literatura norteamericana era la fina ironía y el escepticismo de Twain, la mirada severa de Hawthorne o la fantasía de Poe. Creo que emborracharse o drogarse para mear en el florero pueden ser, en todo caso, experiencias para vivir, no para contar y mucho menos para convertirlas en “literatura”, a menos que incorporen algún valor añadido que no conseguí descubrir en aquellos escritos de una generación entregada al culto de la desmesura. Quizá suene un poco “carca”, ¡qué le voy a hacer! Además, he visto a suficiente gente a mi alrededor morir o arruinar sus vidas a causa de la droga como para reafirmarme, al paso de los años, en aquella convicción.
Parece, según el libro, que esta generación de corredores rescata aquel afán de rebelión tan americano de sexo, drogas y rock and roll, transformado en sexo, drogas, rock and roll y carreras. Carreras largas, carreras duras, carreras inhumanas.
Antes de irme de vacaciones crucé algunos correos con Iñigo Oyarzabal, en ellos me comentaba que iba a leer “El correr Chi”, una cosa que suena muy oriental y muy filosófica sobre la técnica de correr sin sufrimiento de la que también nos habla en su libro Cristopher McDougall y que encaja con este gusto minimalista en los medios que parece imponerse en el mundillo del correr. Voy a proponer un intercambio a Iñigo y creo que el choque puede ser impactante. A mí las cosas orientales no me van mucho, no las entiendo (va a ser que soy occidental), pero voy a hacer un esfuerzo. Lo que tampoco entiendo, aunque me divierte por su estilo desenvuelto y a veces cómico, es este libro en el que, tras la resaca, la gente corre carreras de 100 millas (siguen siendo como 160 kms ¿no?). Hay que tener algo que yo no tengo para hacer eso, sin duda. Después de una cena moderada en la sociedad con mis amigos (dos cervezas y un gintonic), las señales que mis receptores sensitivos envían a mi cerebro no invitan a correr precisamente, por no hablar del ardor de estómago que me abrasa desde el abdomen hasta la garganta como si me ensartaran con un hierro candente en cuanto llevo cinco minutos corriendo… va a ser que soy un blando.
El libro sigue el hilo conductor de una carrera de ultramaratón por las montañas de la Sierra Madre mejicana, organizada por un personaje enigmático y bohemio, para tejer un entramado de redes colaterales sobre distintos aspectos del arte de correr. Algunas con más acierto que otras. Algunas más sólidamente argumentadas que otras. Pero, en todo caso, siempre interesantes, en algunos momentos apasionantes. Pese a su tono mesiánico y un punto exagerado, si sois corredores no podéis dejar de leer el libro. Igual sois más duros que yo y tomáis ejemplo: quitar el clavo corriendo 160 kms a través de las montañas. Puede que descalzos.
Se escribe México, no Mejico… Los Tarahumaras son los mejores corredores de larga distancia que hay…
Amigo Jorge, da la impresión de que eres de afirmaciones tajantes. Agradezco tus dos puntualizaciones, aunque me gustaría matizarlas. Sobre la primera, lo que dice la Real Academia:
“México. La grafía recomendada para este topónimo es México, y su pronunciación correcta, [méjiko] (no [méksiko]). También se recomienda escribir con x todos sus derivados: mexicano, mexicanismo, etc. (pron. [mejikáno, mejikanísmo, etc.]). La aparente falta de correspondencia entre grafía y pronunciación se debe a que la letra x que aparece en la forma escrita de este y otros topónimos americanos (Oaxaca y Texas) conserva el valor que tenía en épocas antiguas del idioma, en las que representaba el sonido que hoy corresponde a la letra j. Este arcaísmo ortográfico se conservó en México y, por extensión, en el español de América, mientras que en España, las grafías usuales hasta no hace mucho eran Méjico, mejicano, etc. Aunque son también correctas las formas con j, se recomiendan las grafías con x por ser las usadas en el propio país y, mayoritariamente, en el resto de Hispanoamérica.”
Como ves, mi “error” procede de una larga tradición en la que en España hemos leído y escrito México con “j”.
Sobre la segunda, bueno… que es una opinión, tajante, pero una opinión, con toda su carga subjetiva.
Saludos y gracias por comentar.
JA JA JA SEGURO QUE JORGE ALVAREZ ES UN MEXICANO ( O MEJICANO ) QUE TIENES SUS VALORES NACIONALISTAS MUY ACENDRADOS, EL RESULTADO EN EL SONIDO ES IGUAL Y NO HAY QUE HACER MUCHA ALHARACA, YA VOLVIENDO AL LIBRO, ME GUSTA ES UNA NARRACION BUENA QUE DEJA MUY BUEN SABOR DE BOCA, SOBRETODO A LOS QUE GUSTAN DE CORRER EN ESAS DIFICILES ZONAS DEL NORTE DE LA REPUBLICA MEXICANA CON TARAHUMARAS ( RARAMURIS ) COMO COMPAÑEROS Y SUFRIENDO Y GOZANDO A LA VEZ UNA GRAN CARRERA, FELICIDADES AMIGOS. ( YO TAMBIEN SOY MEJICANO)