Mis primeros recuerdos de ciclismo tienen que ver con la mano poderosa de mi abuelo materno que tomaba la mía con el afecto ilimitado que siempre me profesó y la firmeza de quien no quiere que el niño se le escurra del sitio, allí, al borde de la carretera. El acontecimiento en sí lo recuerdo siempre igual, la excitación precedente, los nervios, el barullo de gente, de coches y luego ¡zas!, en una abrir y cerrar de ojos los ciclistas pasaban a toda velocidad acompañados de un extraño zumbido producido por todas aquellas ruedas en movimiento. Mi abuelo y sus amigos hacían algún comentario complacidos y se quedaban hasta que pasaba el último de los rezagados. Hay que animar a todos, decía mi abuelo, ¡hasta el último!
Normalmente les veíamos en Galarreta, o en Rekalde. Los afortunados que podían ir en coche se desplazaban hasta la cuesta de La Guitarra, lugar propicio para los ataques. Si la carrera venía de Oiartzun se les podía ver en la Cuesta de la Muerte y el ¡zas! se convertía en un ¡zaaaas! Daba igual que la carrera pasara en día lectivo, en la ikastola, aquella ikastola de Hernani creada gracias a la tenacidad de unos cuantos padres en pleno franquismo, sorteando toda clase de dificultades, nos daban fiesta esa tarde. Para que fuéramos a animar a los nuestros, a Txomin Perurena, a los hermanos Lasa, a Gabica… y, como el ciclismo era, y lo sigue siendo, un deporte generoso, también a todos los demás, hasta el último.
Mi abuelo era muy aficionado al ciclismo, tuvo un cuñado ciclista, mucho más joven que él y al que acompañaba con su hermana pequeña a todas las carreras. Partían de Villabona normalmente en bicicleta, por supuesto. No figura en los anales del ciclismo, Aurelio Barredo murió muy joven tras enfermar de tuberculosis en una cárcel franquista al poco de terminar la guerra; mi abuelo pasó siete años en la cárcel del Coto, en Gijón, y tuvo la suerte de sobrevivir. Además de algunas viejas fotografías y los relatos de mi abuelo, guardo como recuerdo de mi tío Aurelio un juego de copas de cristal (bueno, sólo quedan tres) y una jarra que ganó en alguna carrera.
Mi abuelo contaba mil historias del ciclismo de preguerra y también del de la postguerra. Hablaba mucho de los hermanos Trueba, especialmente de Vicente (la pulga de Torrelavega), de Poblet, de Luison Bobet, de Coppi y Bartali, de Bernardo Ruiz y Berrendero y, por supuesto, tomaba partido por Loroño antes que por Bahamontes en aquel gallinero alborotado del ciclismo de esa época. Contaba con entusiasmo aquella entrada triunfal de Jesus Loroño en Bilbao, vencedor de la Vuelta a España. Recuerdo que a veces solíamos ir de paseo hasta Urnieta donde visitábamos a un viejo amigo, Graciano Ezeiza, que solía estar pasando el rato en la huerta con un Ideales colgado de sus labios, debió de ser un buen sprinter en sus tiempos y sus conversaciones siempre giraban en torno a la bicicleta. Mi abuelo murió muy mayor y siempre siguió con entusiasmo el ciclismo, se emocionó hasta las lágrimas con Luis Ocaña, con Gorospe, con Ángel Arroyo, con Perico Delgado, con Indurain y, no digamos con Marino Lejarreta. Joseba me consiguió una foto de éste “para el aitona Paulino”, que no podía dar crédito a lo que veía cuando leyó la dedicatoria.
En mi casa había una broma recurrente que se hacía viendo las carreras. Cuando enfocaban a los grupos de rezagados coronando un puerto, alguien decía: ¡qué malos! El aitona Paulino se encendía con un brillo inusitado en los ojos y señalaba al cielo con el dedo. Levantando su brazo fibroso, clamaba:¡El último, fíjate bien lo que te digo, el último de esos, es un CAMPEÓN!… ¡Con mayúsculas!, añadía.
Hay algunos raros en el País Vasco que no quieren que La Vuelta Ciclista a España pase por aquí, alguno incluso ha sido ciclista, ¡ya ves tú!. Yo iré a verla pasar, sin duda. Después, si queréis, hablamos de ¿política?