Os propongo un pequeño experimento que he solido practicar muchas veces: cuando estéis en un paisaje llano, de horizontes bajos, en un día de nubes que surcan el cielo con una velocidad apreciable, probad a tumbaros boca arriba con los brazos y las piernas abiertos, cuando llevéis un rato sin moveros de esa posición, contemplando el cielo, imaginad que la fuerza de la gravedad no os sostiene y que, en realidad, estáis pegados por la espalda al techo de un Universo sin suelo y que la caída os precipitaría en ese pozo infinito sin fondo que tenéis ante vuestros ojos. Si sentís un incómodo escalofrío que recorre vuestra espalda y la necesidad de cambiar de postura y dejar de imaginar chorradas, igual es que tenéis acrofobia, o miedo a las alturas.
Nunca me han dado miedo los abismos. No tengo inconveniente en asomarme a lugares vertiginosos, incluso diría que me atraen y la acrofobia es algo que tampoco va conmigo. Eso sí, hay dos cosas que odio: los lugares estrechos y oscuros y la profundidad del mar. Entenderéis entonces por qué este vídeo me impactó tanto la primera vez que lo vi. Por qué, cuando lo miro, no puedo dejar de ver una representación de la Muerte.
Al mismo tiempo hay algo que me atrae en esas imágenes y las veo una y otra vez…
¡Pues a mí buena me has hecho con este video! Por que yo sí que se lo que es sufrir de acrofobia. Como cuando una vez, tras hacer cumbre en el Collarada contigo y con Bixente, descendí por la chimenea apoyándome en vuestras espaldas, para evitar la vertiginosa vista hacia Villanúa. O cuando, tras subir al Petrechema (hasta la última arista en bici, ¡qué tiempos!) y estando tranquilamente sentados, reponiendo fuerzas en la pequeña plataforma de su cima, de repente me señalaste a dos pequeñas plumas humanas que, frente a nosotros, trepaban encordadas por una de las imponentes agujas de Ansabere, en mitad de una pared vertical con cientos de metros por encima y por debajo. La sensación de vértigo que me produjo verlos allí «colgados» solo se me pasó del todo cuando al descender nos montamos en nuestras bicis, con los pies bien sujetos en las calas (¡qué sensación de bienestar!). Así que ahora ya se que también en el fondo del mar se puede sentir vértigo. Vaya faena:-)
Joseba, pues sí que es severa tu acrofobia porque, perdona que te corrija pero lo que hay en la cima de Petrechema no es una pequeña plataforma sino una amplia terraza donde nuestro emblemático Andoni Luis daría de comer a doscientos comensales. ¡Mínimo!
Sí… tu da ideas y verás: ya veo a alguien organizando comidas (léase «experiencias multisensoriales») a las que se acude en helicóptero. Hi haiz aluba, hi!
Brutal! lo comparto.