León Salvador era un charlatán de feria que hizo de su profesión un arte. Un vendedor ambulante con el oficio y el carisma suficiente para que hoy, cien años después, recordemos todavía su nombre. Bilbaíno de adopción, recorrió con su mercancía todos los pueblos de aquella España de principios y mediados del siglo pasado y antes de que se inventara el marketing de impacto tiraba relojes en uso al río Oria en el fragor de su oratoria ante una parroquia estupefacta. Mi abuelo así lo recordaba. “Hablas más que León Salvador” era una expresión de uso común para aquella generación, al menos en mi casa.
Vender zapatillas para correr descalzo es una tarea que pone a prueba la capacidad de persuasión del departamento de marketing de empresa más capaz. Un reto a la altura de las habilidades de un gigante de la charlatanería como León Salvador.
No sé si los principios biomecánicos con los que argumentan los partidarios del “barefoot running” sus afirmaciones son correctos o no. La verdad es que hay algo seductor en la sugerencia de desnudar nuestros pies y lo que implica de búsqueda de lo esencial y de liberación de artificios en un tiempo tan tecnologizado. Uno se imagina trotando descalzo y con el torso desnudo como sus antepasados remotos, disfrutando, al ritmo de su música preferida en el iPod, de una naturaleza impoluta orientado por el GPS de su reloj y con el único alimento de unas barritas energéticas y la bebida isotónica, justo como nuestros ancestros.
Fuera coñas, para mí la moraleja (o el chiste) de la historia, sin entrar a cuestionarla, es que me vendan zapatillas para correr descalzo. Suena muy de León Salvador. ¡Genial!
César Estornés, en su blog de memorias del Club Deportivo de Bilbao, pone en boca del escritor Galo Vierge, autor de «Los culpables», la siguiente descripción del personaje: «Subido sobre un tabladillo profusamente iluminado con dos grandes bombillas a su derecha y a su izquierda como una guardia de honor, dos viejas maletas portadoras de los famosos relojes, brochas y cuchillas de afeitar, lápices y pitilleras que le dieron fama y dinero ¡Duros a peseta! Como León Salvador no hay nadie ¿No ven ustedes que soy como un gran artista que trabaja siempre a teatro lleno? ¡Anímense que solo llevo engañándoles cincuenta años! El primitivo altavoz difundía crujiente y a los cuatro vientos su voz de esparto…”