Cuando éramos niños nos poníamos a veces en fila a mear contra la pared y, de puntillas, hacíamos concursos para ver quién la mojaba hasta más arriba. En ocasiones tengo la impresión de que las actividades deportivas en la naturaleza se han convertido en algo parecido.
Estoy un poco aburrido de historias extraordinarias y hazañas imposibles. Estuve en Mendiexpo viendo las películas de Banff y vi a Ueli Steck correr por la pared norte del Eiger para subirla en menos de tres horas. Al menos, cuando ves a Alex Huber escalar en “solo” en roca, alerta y concentrado, transmite una sensación de seguridad total, sus movimientos precisos te demuestran que escala controlando el grado en una vía que conoce y ha ensayado previamente con cuerda, sabes que no se va a caer. Sin duda, escalar sin cuerda es peligroso, siempre se puede romper una presa que ha estado siempre ahí o puedes tener un resbalón crítico. Sin embargo, Uli Steck corría por la pared con prisas, clavando sus piolets de manera a veces imprecisa, resbalando a menudo y transmitiendo una sensación de riesgo para mí por encima de lo aceptable en su afán por correr. Vi además a gente lanzarse por cascadas de cincuenta, sí, cincuenta metros en kajak o gente haciendo salto base desde una pared gigantesca en los confines del planeta. Todo la mar de aburrido.
He leído últimamente dos libros muy distintos sobre correr, uno escrito por un corredor extraordinario, capaz de volar durante horas, muchas horas, recorriendo relieves abruptos a través de montañas de todo el mundo por regiones inhóspitas y altitudes donde el aire es tan ligero que cuesta respirar incluso para caminar. Esperaba más de él (me refiero al libro), todo el mundo me había hablado maravillas, sin embargo, la narración de Kilian Jornet no me ha llegado. No sé si la narración o él. No me gusta esa necesidad perentoria, casi enfermiza por correr y, sobre todo, por ganar. No me gusta ese sentirse bien solamente haciendo lo que más nos gusta, como si el resto de nuestras vidas fuera un trámite incómodo y prescindible y, sobre todo, no me gusta el título del libro, “Correr o morir”. Correr o morir es lo que hacían aquellos pobres chavales de la isla noruega de Utoya cuando un fanático asesino desembarcó para matarlos como a conejos. Banalizar sobre la muerte, aunque sea en sentido metafórico, es algo que cada vez me gusta menos, me debo estar haciendo viejo. Me hubiese gustado más un título como “Correr para vivir”, aunque signifique más o menos lo mismo.
El otro libro es “La Behobia, crónica de un desafío”, crónica de una historia compartida por mucha gente “normal”, gente que no tenemos alas en los pies ni pulmones sobrehumanos, gente de vidas “aburridas” que tratamos de aderezar con la sal de la épica deportiva a dosis asumibles, esa gente de la que Kilian afirma sentir envidia cuando nos ve llegar a meta con la expresión de felicidad de haber superado un reto personal llegando en el puesto tres mil seiscientos doce. Koldo Bravo nos cuenta esta historia doméstica de manera entretenida, relatando con toques de humor situaciones que nos son familiares a quienes consideramos que hay vida más allá de correr. Que “vida” no es solamente un estado metabólico por encima de un umbral de secreción hormonal, sea de las hormonas del sufrimiento, de la excitación o del vértigo. A veces vivir es también sentir, pensar, imaginar, simplemente mirar y también aburrirse.
Es curioso lo que ocurre con estos dos libros, el primero nos habla de una realidad inalcanzable, distante, casi de ficción, diría yo, el otro en cambio es una ficción que nos habla de la realidad, de objetivos y ambiciones asumibles y por tanto, casi reales.
Muy bien expresado, muy cercano, muy entendible y muy asumible por las personas corrientes y molientes que somos, por otra parte, la mayoría…me ha gustado mucho la definición que haces de la vida que comparto en su totalidad. Vaya, que genial.
Hola Rafa: como siempre, comentario interesante y análisis preciso en tus –ya también un poco nuestras- “viejaszapatillas”. Yo también he leído estos dos libros, y coincido en gran parte con lo que dices sobre ellos. He disfrutado con ambos. Creo que con el de Kilian Jornet algo más que tú. En parte, probablemente, porque no he leído últimamente demasiada literatura deportiva, al menos biográfica. Recuerdo el que seguramente fue el primer libro deportivo que leí, “Eddy Mercks” (Simón Rufo, 1973)”, una biografía épica sobre “El Caníbal” que en aquella tierna edad me marcó para siempre. Más rica en matices literarios y vitales, mucho más, fue otra biografía dedicada a mi gran ídolo deportivo (ya sabes que mi debilidad ha sido el ciclismo): “Marino Lejarreta: hamalau ahaleginetako poza” (en castellano, “Marino Lejarreta: la fuerza de la sencillez”), escrita por el amigo Ramon Etxezarreta y Arritxu Iribar. Luego poca cosa más, porque no me llenan demasiado las biografías redondas y épicas, como tienden a ser las deportivas. Eso sí, como excepción y sorpresa muy agradable, el ya más reciente relato “De qué hablo cuando hablo de correr”, de Haruki Murukami, recomendable no solo para quienes disfruten corriendo sino para lectores de intereses más diversos.
Ciertamente, coincido en mucho de lo que dices del libro “Correr o morir”, pero, sin embargo, también hay una cosa que me ha gustado mucho: la sinceridad y naturalidad con la que describe el sufrimiento, la cercanía al propio límite, la nimia diferencia que a veces se da entre el fracaso y el éxito “deportivo”, que no humano. Mostrar que este “dios” deportivo (porque creo que K. Jornet es deportivamente estratosférico) también es humano y pasa muy a menudo por momentos de flaqueza y debilidad extrema, reconforta no solo al lector, sino también –supongo- a quienes lo hayan sufrido como rivales cercanos y directos en algunas de las pruebas que narra en su libro. Por eso, creo que Kilian Jornet transmite “la fuerza de la sencillez” como virtud. De todos modos, yo también hubiera preferido otro título: “Correr y vivir”, por ejemplo. Pero, claro, ya estaríamos filosofando, y el escritor es él.
En cuando a “La Behobia, crónica de un desafío” es una narración en la que cualquiera de los veinte mil de este año habremos identificado algún retazo de nuestra vida. Koldo Bravo acierta a reunir y sintetizar algunas de las motivaciones e historias que nos mueven a tantos y tantos a ponernos las zapatillas durante el año y así correr, entre otras, la Behobia. Ficción, cierto, pero realidad también, y cercana. Creo que es una novela bonita, bien escrita y agradable, que con su sencillez va a ayudar sin duda a extender ese “boca a boca” que ha hecho grande a la Behobia. Seguro que más de uno o una se anima a empezar a correr tras su lectura.
Como Post Data, una anécdota referida al libro de Kilian Jornet, que refleja también la importancia de los pequeños detalles, en este caso, de una humilde tilde. Cuando mi hijo Beñat encargó –por internet, por supuesto- el libro de Jornet, lo eligió del catálogo on line como “Correr o morir”. Su sorpresa –y la del distribuidor- fue cuando le llegó el libro “Córrer o morir”, original de Jornet en catalán. Los catálogos digitales tienden a respetar poco las tildes. En aquel momento, todavía no había llegado al mercado la traducción al castellano, que sin la tilde en “correr” llegó unos días después. Lógica y amablemente, el distribuidor le sustituyó en seguida el libro original en catalán por el de su traducción en castellano. Para uno, que es traductor de oficio y, por tanto, ama la diversidad cultural, aquella fue una curiosa anécdota que reafirmaba el valor de los pequeños detalles.
Hola Rafa,
Dos comentarios en una sola noche en tu blog. Carai! Para un advenedizo en eso de dar opiniones en fórums, blogs, etc, jajaja…
He leído, en diagonal, los otros comentarios acerca de tu artículo «Correr a muerte o correr para vivir». La verdad es que coincido y mucho con ellos y, en consecuencia, con la idea de tu artículo.
Vaya por delante, que mi posición como corredor popular y mi sentido común me inclinan a tomar una actitud parecida a la tuya respecto a mi afición por la actividad física (en mi caso, básicamente, correr por el monte). Metiéndome en el lío… El libro de Kilian Jornet. A pesar de ser un compatriota mío, la verdad es que coincido bastante en lo que comentas. Sinceramente, cuando acabé de leerlo me quedé como anonadado e impactado con lo que este excelente atleta contaba. Una sensación de inmensidad y de compromiso absoluto del personaje, que me empequeñecía en aquello que teníamos en común: correr. Evidentemente, ya tengo una edad y algunas tonterías están más superadas (otras aún no) y me dí cuenta de lo absurdo de tal sensación. Primero porqué cada persona vive su situación conforme a sus condiciones y aptitudes. No soy Kilian ni puedo serlo. Ergo, no me puedo exigir un «sacrificio» como el suyo. Elaborando un poco más el argumento, llegué a la conclusión (errónea o no, me da igual) que el mensaje del libro pretende construir un mito, un reclamo publicitario. Quizá suena un poco frívolo dicho así. Quizá conozco al personaje y cambio de opinión pero, por ahora, así lo veo. Digo esto porqué detrás de este gran atleta hay varias grandes marcas publicitarias. Legítimamente lo que pretenden es vender su producto, faltaría más. Además los humanos somos unos animales muy raros. Nos gusta que nos mareen, nos gusta oír historias y leyendas y creer en mitos sobre hazañas increíbles y hombres fuera de lo común que a pesar de actuar como dioses ni se despeinan y encima son modestos. Todo esto sirve y si lo aderezamos con cierta visión «espiritual» acerca del sentido de la vida (por qué a los occidentales nos la cuelan tan fácilmente con ese discurso!). Uf! Ya nos desmontamos del todo y corremos a la tienda a comprar el lote entero: el libro, las zapas, el isotónico y sus gafas de sol! Rápido, déjame sitio que me apunto a un ultratrail (es una palabra que no me gusta, todo lo que empieza con ese prefijo me da un no se qué que no se yo, jajaja)
Evidentemente, cada persona es un mundo y, afortunadamente, la gente es más cuerda de lo que, algunos a veces nos pensamos y por eso no pasan más desgracias. No obstante, no deja de ser paradójico que pagamos por un producto (un libro) que, puede hacernos sentir pequeños haciendo una actividad tan grande para nosotros. Una actividad que refuerza aspectos muy necesarios para la vida (y no hablo sólo en términos de salud) hablo de satisfacción, hábitos (mejor que valores) y alegrías y penas, que de todo se aprende. Y, por último, por supuesto soñar: en el próximo reto, en ser mejores y en conocerse mejor a uno mismo. Pero siempre desde nuestros límites y nuestra voluntad, no para emular al ídolo de turno.
Carai! Me he quedado a gusto!
Jordi
Muchas gracias por tu comentario, Jordi. Me quedo con tu frase, «…hacernos sentir pequeños haciendo una actividad tan grande para nosotros.», me ha gustado. Creo que, efectivamente, cada cual puede calibrar el valor de sus experiencias con toda legitimidad. Al margen de que la competición o las cifras sirvan para establecer una medida objetiva para medirnos a todos con un mismo rasero, pero eso es otra cosa (no necesariamente conectada con el grado de satisfacción personal, como el propio Kilian trata también de reconocer en su libro).
Saludos.
.rafa