Hakon ha surgido de la nada en la lejanía para acercarse adelantando corredores uno tras otro hasta alcanzarme. Esquía fácil y durante un rato lo he llevado detrás, pegado a mí. La huella en esta parte del recorrido, que parece querer bajar a Montgarri, se ha conservado bien al paso de los esquiadores. Vamos solos, el siguiente corredor por delante está lo suficientemente lejos como para dar tiempo a que la nieve polvo arrastrada por el viento llene la huella. Cuando Hakon me adelanta aprieto los dientes para seguirle de cerca sobre la traza que él va limpiando, mucho más cómoda tras su paso.
Es un esquiador estiloso, no muy corpulento y que rondará los cuarenta. Trato de acoplarme a su ritmo y, sorprendentemente, lo consigo, ha aflojado un poco la marcha. De vez en cuando gira la cabeza y pierde su mirada en la distancia buscando algo o, más probablemente, a alguien. En el avituallamiento del parking, justo antes de la última cuesta dura, ambos nos detenemos a tomar algo. Contrariamente a lo que leeré en algún sitio durante los días siguientes, la gente de los avituallamientos, aquí y en Orri, es amable y se acerca a la huella ofreciendo bebida. Bebida que hasta ahora he tomado al paso, pero esta vez me detengo, necesito algo sólido. El noruego también se detiene, nos miramos y a él se le dibuja una sonrisa cómplice bajo la barba rubia llena de escarcha a la que correspondo. Su mirada fría de nórdico no da muestras de cansancio. Sigue mirando a lo lejos, obviamente espera a alguien. Cruzamos tres palabras de ánimo y yo continúo mi camino mentalizándome para este último esfuerzo, buscando en mi repertorio particular ideas positivas que me empujen en lo que queda de carrera, que me hagan olvidar los calambres que he sentido en los cuádriceps hace un rato cuando he apretado más de la cuenta cruzando el campo nevado, sin huella y con nieve amontonada en que se ha convertido el Pla de Beret en esta segunda vuelta. El líquido frío se revela en mi estómago y siento retortijones.
El noruego me alcanza rápido y me adelanta, le lanzo un cabo imaginario y me aferro a él en la subida, pensando que es el último esfuerzo. Doy todo lo que me queda y justo antes de coronar el alto, la cuerda se va haciendo más y más elástica. Ya no me importa, el trabajo duro está hecho, ahora me dejaré caer suavemente hasta el Pla, rodeando el parking y luego es cuestión de aguantar en el llano durante el último bucle de un par de kilómetros. Seguramente tendré que ir en alterno donde en otras circunstancias iría empujando, pero, después de más de tres horas tampoco puedo hacer otra cosa, es solo cuestión de resistir, resistir y dejar pasar el tiempo… la meta llegará y con ella, la satisfacción de haber terminado, una vez más, la Marxa Beret.
Este año la carrera ha sido dura, la nieve estaba lenta y, sobre todo, la ausencia total de huella durante la segunda vuelta en el Pla de Beret ha convertido en un calvario esa parte del recorrido. Sin embargo, no he sufrido demasiado, en la primera parte Teo me ha alcanzado y hemos hecho bastantes kilómetros juntos, marcando el ritmo a relevos hasta que, sobre el kilómetro 23, se ha ido rezagando, luego me he enterado de que ha tenido problemas con una atadura. Hacia el kilómetro 26 he sentido un calambre en el muslo derecho y he tenido que regular un poco, hacia el final el otro muslo se ha sumado a la rebelión y de haber corrido cinco kilómetros más no sé cómo hubiese llegado.
Lo más duro, sin duda, la desagradable sorpresa de esperar diez minutos en la salida, con ropa de carrera y a -10ºC. Creo que podían haber avisado del retraso diez minutos antes, cuando todavía no nos habíamos despojado de la ropa de calentamiento. Si no, lo siento por los rezagados, pero había que haber dado la salida a la hora.
Lo mejor, esa sensación de reto superado. Esa que compartes en la llegada con los demás corredores. Luego, en casa, mirarás los tiempos y las clasificaciones, pero en ese momento hay un sentimiento común de satisfacción que compartes con Peio, aunque haya llegado un porrón de minutos por delante o con Teo, aunque se haya quedado atrás, o con Rafa, aunque haya hecho la carrera con el estómago del revés. Me gustan este tipo de pruebas de resistencia, en ellas, los paquetes como yo (y creo que muchos más “pros” que yo) nos enfrentamos sobre todo y antes que nada, a nuestras propias limitaciones.
Por eso, acabar es siempre un éxito al margen de lo que dicte el reloj y al margen de cómo lo hayan hecho los compañeros.