Subvertir este orden lógico es un error que atenta contra el sentido común. Es algo evidente que a ningún deportista se le escapa. Se trata de un axioma tan básico que casi haría innecesario este artículo. Sin embargo, también es algo corriente confundir nuestros deseos con la realidad, arrastrados por el entusiasmo, en nuestro afán por alcanzar la forma. Nuestra subjetividad nos lleva a veces a ignorar lo que no nos apetece reconocer.
No es menos cierto que ambos términos, salud y forma, no siempre se complementan, a veces son antagónicos y luchan en un equilibrio inestable donde el fiel de la balanza puede caer fácilmente hacia el lado que no nos conviene. Esto, que forma parte de las preocupaciones cotidianas en el deporte de rendimiento, no debería ocurrir en el deporte recreativo, donde el margen de seguridad entre forma y enfermedad debería ser sobradamente amplio.
Llevo más de diez días sin entrenar, tratando de convivir con un incómodo catarro. Un simple catarro. Algo tan banal que durante el día ni me acuerdo de que está ahí desde hace ya casi una semana, pero que me tortura por las noches con una tos pertinaz que no me deja dormir. No dormir es no descansar y por las mañanas me siento baldado, sin fuerzas para ninguna tarea más allá de lo imprescindible. El domingo pasado cometí el error de dejarme llevar por esa subjetividad y corrí una carrera de esquí de fondo en Benasque, programada en mi cabeza desde hacía mucho. Obviamente, la consecuencia ha sido el empeoramiento de los síntomas que han adquirido una virulencia renovada.
Aunque entendemos el deporte como algo saludable, conviene no olvidar que los fundamentos fisiológicos del entrenamiento se basan en algo nada saludable. En algo que recuerda mucho a la enfermedad o que, de alguna manera, coquetea con el concepto de enfermedad. La carga de entrenamiento será eficaz siempre que suponga un estrés para nuestro organismo, estrés destructivo que deberá ser compensado por los mecanismos de reparación que, a través del descanso, nos ayudarán en el proceso de adaptación y que nos permitirán, mediante un proceso de supercompensación, ser capaces de tolerar, hasta un cierto límite, mayores cargas de entrenamiento. En eso se basa todo el asunto. Esa peligrosa escalera de agresión y reparación debe ser recorrida de manera cabal, ya que implica, como resulta evidente, los mismos mecanismos que la enfermedad.
El reloj éste que tengo en la esquinita inferior derecha de la pantalla del ordenador marca las cuatro y cuarenta y siete minutos de la mañana de este lunes cinco de marzo. Hace como cuarenta minutos que me he despertado por segunda vez tosiendo para cumplir con el ritual convertido en habitual últimamente: ponerme las zapatillas, visitar el frigorífico, leer un rato (en este caso encender el ordenador) hasta que la tos se calme y vuelva a acostarme a ver si hay suerte.
Parece que he dejado de toser, me vuelvo a la cama. Esta forma fraccionada de dormir, como los navegantes solitarios, está acabando conmigo.
Pero…¿No era yo el que lleva mal los catarros?:-) Animo, Rafa, eta osatu ondo!
«Touché» Joseba, me has pillado. Dagoeneko sendatuta nago eta entrenatzen jarraitzeko gogoarekin, ondo izan.