Alberro era un niño gordo, un chaval afable y bienhumorado al que su obesidad no le permitía desarrollar la misma actividad física que los demás. Para el resto de los críos aquello nunca supuso un problema, cada cual tenía sus peculiaridades y eran aceptadas sin más. En el recreo Alberro jugaba de portero.
Hasta que llegó Badiola al Instituto. Badiola era un profe de gimnasia. En aquella España de finales del franquismo uno podía llegar a ser profesor de educación física, o casi cualquier otra cosa, con el único mérito de haber sido suficientemente complaciente con el régimen. Badiola era un sargento chusquero del vecino cuartel de Loiola con menos luces que el árbol de navidad de una postal. Para quienes no lo sepáis, un chusquero era un suboficial (supongo que ése es el grado, yo no hice la mili) que llegaba al rango por aburrimiento después de reengancharse tras la mili y quedarse en el ejército. No sé juzgar si tenía o no vocación pero sus conocimientos sobre pedagogía eran nulos, limitándose a aplicar con unos niños de doce años lo mismo que le habían enseñado a hacer en el cuartel con la instrucción de la tropa, haciéndonos trotar a la voz de un-bot-i-jero, torturándonos a gritos de ¡fiiiirmes! y abroncándonos cada vez que rompíamos la formación.
La clase de educación física pasó a convertirse en un aburrimiento para la mayoría, para Alberro era algo mucho peor. Los días que llovía (cuando yo tenía doce años en Euskadi era lo habitual) dábamos la clase en el sótano del Instituto. Cuando Badiola nos ordenaba montar los aparatos la cara de Alberro se transformaba, sus mejillas sonrosadas pasaban a ser amoratadas, sus ojos vidriosos delataban el miedo que le consumía mientras su voluminoso cuerpo se encogía en un rincón tratando de pasar desapercibido detrás de los compañeros.
Hasta que la voz atronadora del militar le sacaba del anonimato ¡Alberro, un paso al frente! ¡Veamos qué tal se te da el plinton hoy!
No voy a reproducir aquí la sucesión de insultos y comentarios humillantes a los que nuestro compañero era sometido mientras estrellaba su cuerpo contra aquel maldito aparato una y otra vez en un intento, a todas luces imposible, de superar el trance y la vergüenza a la que era sometido.
La misma vergüenza que siento hoy cuando pienso que nadie movíamos un dedo para evitar aquella vejación. Es un pensamiento que me viene muchas veces cuando rememoro los sucesos de aquella época, nuestra pasividad, nuestra falta de solidaridad. Aunque teníamos solo doce años, el silencio cómplice del grupo resuena por encima del jadeo casi heroico de Alberro, apagándolo en mi conciencia.
Al menos, después de un tiempo, la gente dejó de reírse.
El anterior post de viejaszapatillas, “¿Un tratamiento milagroso? Sin duda”, recogió un comentario de Andu Martínez de Rituerto que enlaza a un interesante trabajo realizado por él y que trata sobre las bases de la educación física para una vida saludable. Creo que asistimos a un cambio de mentalidad importante en la sociedad respecto a este tema, pasar de ver el deporte como un lujo accesorio o un consumible de ocio, a verlo como una necesidad y una herramienta hacia el bienestar del individuo. En ese cambio, el profesor de educación física, por su posición privilegiada, y las autoridades que diseñan los programas educativos, tienen una tarea fundamental que cumplir.
Podéis ver aquí el trabajo de Andu (está en euskera).
Sin haberlo pasado tan mal como el pobre Alberro, me reconozco en la situación. Yo odiaba las clases de gimnasia, me ponían mala; era poco habilidosa y miedosa, la barra de equilibrios me daba auténtico vértigo…Por suerte, ni las profesoras que tuve ni mis compañeras eran tan brutas como relatas. Pero lo cierto es que cuando se acabaron las clases de gimnasia, respiré…y hasta ahora; desgraciadamente, me muevo menos que un caracol, soy tremendamente vaga, solo me gusta caminar y, seguro, que mi sedentarismo me pasa factura…En fin…
De eso nada Marilis, tienes la suerte de que te guste la actvidad física más saludable y accesible que existe: caminar. Ya sabes cual es la recomendación de la OMS, mínimo 30 minutos al día, de ahí en adelante, lo que quieras. Además, caminar es una magnífica actividad social en compañía y perfecta para la reflexión en soledad, así que ¡No hay excusas!
Preciosa descripción de una época que por suerte ya es historia.
Aunque no es fácil llegar a todos los chavales y chavalas y transmitirles nuestra pasión por la actividad física, en este momento el objetivo de casi todos los que nos dedicamos a la docencia de este área, es conseguir que nuestro alumnado descubra dos ideas fundamentales, por una parte, que hacer actividad física puede ser muy pero que muy divertido y por otra, que además es bueno para nuestra salud (como concepto integral que abarca tanto la parte física como la psíquica así como el aspecto ralacional).
Gracias por hacer referencia a mi proyecto Rafa y un abrazo.
Andu
¡Qué bueno tener un profesor como vos que se preocupe por el bienestar de sus alumnos! Con tristeza te digo que yo soy de la generación actual, tengo 13 años y este año (ingresé a secundaria) he vivido las situaciones de agresividad a la que se refieren las personas que dicen se vivían en otras épocas. Mis padres han presentados informes psicomotrices míos en lo que se solicita se me tenga tolerancia (tengo unos problemitas motrices, como ves). Hace dos días viví el episodio de tener que superar un parcial de «el instrumento de tortura» y obtener 4/12. Te podés imaginar mi angustia por ir a un examen con este tipo de profesores… Soy de Uruguay y concurro a un colegio privado
Hola Luchi.
No te desanimes y trata de ser activa, de buscar actividades en las que tengas que hacer algo de esfuerzo físico y que sean gratificantes para ti. Ánimo.
Felicidades de nuevo! Un placer leerte. Yo sufrí maestros com el que relatas, i descubrí tristemente, que a veces un mal maestro puede influir mucho más que uno de bueno.
Saludos
En mi colegio, San Viator de Madrid, el tal Badiola se llamaba Comandante Pastor,
era tal como lo describes.
Tratándose de un supuesto maestro, creo que el rango militar sobraba, pero así se le conocía.
Muchas gracias por vuestros comentarios. Afortunadamente, éstas son historias de un oscuro pasado que hemos compartido varias generaciones. Sin embargo, creo que es importante no olvidar, para evitar caer en los mismos errores. Aunque la preparación general de los docentes en educación física hoy es excelente, también es cierto que la formación deportiva fuera de la escuela está a veces en manos de entrenadores con escasa preparación, donde, en ocasiones, se ven actitudes que, sin llegar a ser tan grotescas y humillantes como la que describo en el relato, están más allá de lo permisible.
Como padres, nos toca estar atentos a esas situaciones. (Demasiadas veces veo padres más preocupados por el rendimiento que por la formación en valores de sus hijos)
Un saludo y gracias de nuevo.
¿aparato de gimnasia franquista?
No entiendo muy bien el sentido de tu pregunta. Obviamente, el plinton no es un aparato de gimnasia franquista, ni siquiera lo son las actitudes a las que hacemos referencia y que pertenecen o han pertenecido a una forma más general de entender la docencia. Podría contarte historias de otros docentes, curiosamente religiosos, muy nacionalistas, muy antifranquistas, que compartían esa forma de entender el mundo, de dividirlo en hábiles y torpes, en listos y tontos, en buenos y malos, según un baremo inflexible y arbitrario.
En el caso que relato, ese baremo lo establecía el plinton, ¡pobre plinton! como lo podía haber establecido cualquier otro instrumento, como lo establecía de hecho, un cuaderno de notas, por ejemplo. El contexto histórico del relato es el del tardofranquismo (primeros años de los 70) y te puedo asegurar que sí, que, en la experiencia de un buen número de los que éramos niños en aquella época, el pobre plinton se convirtió en un instrumento de tortura al servicio de un concepto de la educación que el franquismo suscribía absolutamente.