29 de marzo hace exactamente cien años. Cuatro hombres agonizan, esperando en silencio a la muerte en el interior de su tienda de campaña en los confines del planeta. Robert Falcon Scott escribe sus últimas anotaciones en el diario: “… Permanentemente hemos estado listos para partir hacia el depósito, distante 20 kilómetros, pero siempre, fuera, espesos torbellinos de nieve aventados por la tempestad. Ya toda esperanza debe ser abandonada. Esperaremos hasta el fin, pero nos debilitamos gradualmente; la muerte no puede estar lejos. Por el amor de Dios, ocupaos de nuestra gente.”
Bowers, Evans y Wilson eran los hombres que acompañaban a Scott mientras escribía este párrafo tristemente célebre, el quinto hombre, Oates, con las manos y pies congelados no podía caminar, tras insistir a sus compañeros para que lo abandonaran y así facilitar su marcha, el 16 de marzo salió de la tienda que los protegía de la ventisca, “Salgo y estaré, quizá, algún tiempo fuera”. Una lacónica frase que define, seguramente, eso que llaman “flema británica”.
Scott nos relata estos episodios archiconocidos en su “Diario del Polo Sur”, un relato al principio frío y pormenorizado de una expedición que requería una compleja logística y de la que, poco a poco, va surgiendo el lado humano del capitán Scott, especialmente a partir de la frustración del grupo al descubrir, el 16 de enero, que los noruegos se les han adelantado y las posteriores penalidades en el regreso.
La historia generalmente aceptada ha consagrado a Scott como un héroe romántico frente a la frialdad calculadora de Amundsen. En realidad, ambos fueron héroes románticos y ambos fueron fríos y calculadores, esta dualidad en apariencia contradictoria es imprescindible en empresas como la que estos exploradores debían acometer. La diferencia entre Scott y Amundsen fue un error de cálculo que costó muy caro a la expedición británica y una pizca de fortuna. La historia de la expedición de Scott nunca estuvo exenta de críticas y de controversia.
Sin embargo, hay un aspecto menos conocido entre las múltiples facetas de estas expediciones. Expediciones donde además del empeño de exploración geográfica y de conquista, había otras tareas paralelas de exploración científica y naturalista. El Dr Edward Wilson, compañero de infortunio de Scott aquel 29 de marzo, era el naturalista de Scott en todas sus expediciones. Además de sus cualidades físicas y su tenacidad en el trabajo propio de una aventura de este tipo, era un gran científico y un extraordinario dibujante, aunando cualidades muy valoradas entonces. El desarrollo de la fotografía científica a lo largo del siglo XX hizo innecesarias estas habilidades, tan útiles anteriormente.
En el cuaderno de campo de Edward Wilson sobre la Antártida se aúnan la belleza de sus paisajes polares con la precisión descriptiva de sus ilustraciones de especímenes. Una combinación que hace de su “Antartic notebooks” una obra deliciosa para quien valore esa mezcla de ciencia, arte y aventura. Las siguientes ilustraciones proceden de ese libro.
Hace cien años la Humanidad dio un gran paso al llegar al Polo Sur, el último en conquistarse; a diferencia del de Neil Amstrong, no fue un paso pequeño para sus protagonistas. Un 29 de marzo hace cincuenta y dos años, la Humanidad no se movió de donde estaba, pero yo di el paso más grande de mi vida, abrí los ojos por primera vez para contemplar el mundo. Todavía hoy me sigue resultando fascinante.
Urte askoan, Rafa. Eta eskerrik asko, hik egin digukelako oparia guri, artIkulu polit honekin. Niretzat, gainera, badakik: hi haiz «nire Edward Wilson partkularra». Artikulua amaitu dudanean ezin izan diat ebitatu begiratzea eta gozatzea sekula egin didaten opari politenetako bat: Buruntzako tontorretik, hire trebetasun apartaz, marraztu huen pintura, inguruan dugun mendi-ingurune osoa hartzen duena. Hortxe zaukat, aurrez aurre, paretan zintzilikatuta, naturaz elkarrekin gozatutako egun askoren oroigarri. Ondo-ondo pasa hire eguna!
Eskerrik asko, Joseba… eta hasi prestatzen, bizikletari hautsa kentzen hasia naiz eta!