A estas alturas, que la adaptación para correr es algo incorporado a nuestro acervo genético parece algo bastante evidente. Cuando adquirimos la curiosa habilidad de la bipedestación, sin duda el hito más destacado de nuestra historia evolutiva, además de la mejora en la capacidad de otear el horizonte en el terreno abierto que nuestros remotos parientes compartían con sus presas y sus predadores, la liberación de nuestras extremidades superiores supuso un afortunado desencadenante que nos llevó a un desarrollo sinérgico y vertiginoso de habilidades cognitivas y de manipulación fina que, en un abrir y cerrar de ojos, nos ha permitido calcular la edad del Universo, saltar con un paracaídas desde lo alto de un peñasco saboreando cada segundo de la caída antes de abrirlo o compartir nuestras emociones a través de un lenguaje simbólico de signos, colores o sonidos, con congéneres a los que no conocemos y con los que podemos no compartir ni siquiera las coordenadas básicas de espacio o incluso de tiempo. Pero además, aquellos homínidos, al ponerse de pie y adquirir la destreza de moverse sin apoyar sus extremidades anteriores, modificaron completamente la biomecánica de sus movimientos en carrera, liberándose de la necesidad de acompasar el trabajo de sus músculos respiratorios con los de la propulsión.
Conocéis al típico gracioso que, apoyado contra la barra con ese estilo desenvuelto y el aplomo que la experiencia otorga, te dice en la típica tertulia de bar, mientras apoya la jarra de cerveza contra su voluminoso abdomen, aquello de “correr es de cobardes”, para trincarse luego la birra de trago entre risitas. El día que se le ocurrió al primero, esa gilipollez seguramente tenía gracia. Pero resulta que hoy, además de carente de originalidad, es una afirmación errónea.
Es errónea como generalización y es errónea en lo que se refiere a nuestra especie. Como generalización porque a nadie se le escapa que si la gacela debe correr para no ser comida, el tigre debe correr, y mucho, para alcanzar a la gacela. Correr, corren los cobardes… y los valientes.
Pero además, es una afirmación errónea referida al ser humano. Cuando se nos compara con otros animales, existe la creencia general de que somos corredores poco dotados y es una creencia con fundamento en lo que se refiere a la velocidad. En su momento de apogeo en los cien metros lisos (alrededor del metro 70) Usain Bolt no llega a alcanzar los cuarenta y cinco kilómetros por hora. Si el tigre, cansado de perseguir sin éxito a la gacela, se acercara por el estadio, podría dar cuenta del humano sin despeinarse, y eso que no es el más rápido de los felinos. En la huida no tendríamos ninguna posibilidad a la carrera, nuestros músculos, incluso los de Usain Bolt, son endebles y lentos, nuestra capacidad de tracción, muy pobre y nuestra zancada, limitada.
La habilidad para correr desarrollada por el ser humano no es un recurso para huir, sino para perseguir.
Los bosquimanos, expulsados hoy de sus territorios de caza y condenados a renunciar a su modo tradicional de subsistencia para convertirse en un lumpen arrinconado por la explotación de las minas de diamante y la privatización de los cotos de caza para exclusivos clientes blancos como el rey de España, han practicado desde siempre una modalidad de caza inmemorial: la caza por persistencia. Los fundamentos son muy simples, aunque la ejecución práctica de la técnica requiere experiencia y conocimientos complejos transmitidos dentro de una cultura de cazadores de muchas generaciones. La estrategia se basa, simplemente, en aplicar la superioridad de la resistencia del animal humano frente a cualquiera de sus presas, más veloces sí, en distancias cortas, pero incapaces de aguantar una persecución que dure horas. Los pormenores de la técnica y de las implicaciones de ésta en la comprensión del papel de la carrera de resistencia en la supervivencia del ser humano, y su adaptación a ella según ciertas hipótesis, están muy bien explicadas, de una forma entretenida, en estos pasajes del libro “Nacidos para correr”, de Christopher McDougall, del que ya os he hablado antes en viejaszapatillas y cuya lectura os recomiendo.
En Ciudad del Cabo hay un museo en el que se recoge un buen número de utensilios de diario, armas y diversos instrumentos relacionados con las técnicas de caza de los bosquimanos. Estos objetos fueron coleccionados por un médico aficionado a la antropología a lo largo de su vida. Hoy, la supuesta utilidad de muchos de ellos es dudosa, cuando no simplemente desconocida y, poco a poco, aquellos que la conocen están desapareciendo. Uno de los últimos empeños de mi amigo Francesco d’Errico, arqueólogo del CNRS francés, es catalogar, con ayuda de un anciano bosquimano, aquellos objetos de una cultura a punto de desaparecer, con el fin, supongo, de que le iluminen en su búsqueda de respuestas sobre el comportamiento de nuestros antepasados más lejanos, objeto de sus estudios.
No, correr no es de cobardes. Correr ha sido un arma poderosa que nos ha permitido, en determinadas épocas y situaciones, ganarles la partida a otros predadores más rápidos y fuertes o adelantarnos a carroñeros de fino olfato en la lucha por la supervivencia. Correr al trote, sin grandes derroches, durante horas, es nuestra especialidad. Ahí nadie puede con nosotros. Estamos tan adaptados a ello que renunciar a la actividad física que supone nos hace enfermar, apoyados, con nuestra cerveza sobre la barriga, contra la barra de un bar, esperando a que la grasa colapse un día nuestras arterias definitivamente.
Ahora que lo pienso, quizá sí, quizá correr sea de cobardes ¡Hay que ser muy valiente, realmente, o muy inconsciente, para quedarse quieto esperando!
Oso paradoxa polita, bai jauna. Santa Krutzetako krosean, maiatzaren leheneko goizean, taberna zulo batetik edo bestetik hori esan izan digutenei eskaintzeko modukoa:-) Erresistentziari buruz esaten duzunak gogora ekartzen dit gure aitak behin edo behin kontatu izan digun istorio bat. Ehiztaria izaki, behin batean, ehiza garaiz kanpo, eperra ikusi eta erabaki omen zuen korrika harrapatzea. Eperrak hegaldi azkarra, sendoa eta motza du, eta lurrera jaitsita ere azkar korritzen du. Ikusgarria da. Baina nekatu ere egiten da, ordea. Eta ez du zentzumenik. Gizonak, orduan, pazientziaz korrika, kilometro luze batzuk eginda, seigarren edo zazpigarren korrikaldian harrapatu zuen eperra, gainera salto eginda. Boskimanoek bezala, alegia. Esan behar diot.
Nik ere ezagutzen nuen zure aitaren istorioa, zuk kontatuta noski, zure komentarioan diozun bezala, gizonaren zentzumena aipatzea ahaztu zait. Animaliek bere sena erabiltzen duten bitartean, gizonek estrategia egokiena erabiltzeko aukera ba daukate ere.
Ala ere, aita “boskimanoa” daukazue dudarik gabe, izenak berak dio: basoetako gizona!
Ondo izan, Joseba.
Hola,
Soy uno de los muchos que se ha leído el libro de Mc Dougall. La verdad es que las hipótesis que plantea respecto al acto de correr y la caza me parecen convincentes y está expuesto con una lógica que parece irrefutable. Me ha gustado el artículo. No obstante, en todo ello me asalta una duda: ¿ y por qué nos lesionamos tan a menudo? La pregunta hecha así no es muy clara, lo sé. Pues, ¿qué entendemos por lesión, o por a menudo? La verdad es que no tengo ni idea. En relación a esto, cuando estaba leyendo el citado libro, observaba un hecho en mi trabajo que tenía relación con los argumentos acerca del correr descalzo del libro. Soy educador social y en aquel entonces trabajaba con menores tutelados en un centro. En los partidillos de futbol en el patio, la mayoría de chavales africanos jugaban descalzos, a ratos. O empezaban con zapatillas y, al poco se las quitaban. No les observaba ningun cambio aparente en el juego, pero ciertamente su tronco se erguía en los sprints y parecía que golpeaban menos el suelo en las zancadas. Evidentemente, las plantas de sus pies no tenían nada que ver con las mías, es obvio. La verdad es que la observación, más el alucine con el libro (que sea dicho de pasada, los ianquis saben un rato en eso de fabricar buenos best sellers) y algunos problemas de lesiones me empujo a introducir sesiones cortas de rodaje descalzo (primero 10′ hasta 1h) sobre hierba. Hace unos 6 meses que lo hago y, creo que mi técnica de correr es menos agresiva que antes (no clavo talones, excepto en bajadas y porqué hago carreras de montaña) y voy más flexionado de piernas. A la vez, el tono muscular de mis piernas ha mejorado. En resumen, quizá haya parte de razon en todo: me refiero a tu artículo, al libro y a mis locuras por la hierba. En todo caso, al leer el artículo me ha parecido interesante dar a conocer mi experiencia.
Un saludo y enhorabuena por el blog. Está muy bien
Jordi
Efectivamente, Jordi, creo que “lesionarse a menudo” es un término difícil de valorar objetivamente, como dices. Aun así, me pregunto si lesionarse no es el resultado de nuestro afán de superación: llegar más lejos, llegar más rápido. Aquellos antepasados nuestros tendrían, seguro, una idea mucho más conservadora y pragmática sobre correr, correrían lo más lento posible, lo menos lejos posible, para optimizar la relación gasto-riesgo/recompensa. Además, se lesionarían, sin duda, y morirían a consecuencia de ello muchas veces en una época en la que la supervivencia era una tarea difícil y azarosa y en la que la esperanza de vida sería escalofriantemente corta.
Saludos y gracias por tu comentario.