Tempus fugit

El tiempo transcurre demasiado deprisa. Minutos, horas, días, semanas, circulan a su velocidad de vértigo sin que pueda atraparlos con las manos. Vivo con una constante sensación de prisa, de perentoriedad, de urgencia. Hazlo ahora, si no, será demasiado tarde. Y tengo la sensación de que antes las cosas no eran así. No es propiamente una queja. No creo que antes “se viviera mejor”. Soy fervientemente contemporáneo y creo que hoy, la vida da más de sí. Vivimos diez vidas de nuestros padres, conocemos diez veces más lugares, diez veces más gente y acumulamos diez veces más experiencias y conocimientos. O tenemos la oportunidad de hacerlo. Pero eso tiene un precio.

Pienso en ello mientras el granizo aporrea mi casco como un redoble de tambores, aplastado contra la roca áspera y multicolor y calado hasta los huesos. Edu, unos metros más arriba, ha encontrado cobijo bajo un techo y espera, como yo, a que escampe.

Cuando éramos jóvenes, casi unos críos, íbamos al monte sin objetivos demasiado definidos. La guía Ollivier nos acompañaba en el fondo de la mochila y los planes surgían según las circunstancias. Hoy el flujo de información disponible nos permite calcular desde casa y planificar cada jornada al detalle.

Hacía varias semanas que teníamos planificada esta salida, nuestras respectivas obligaciones encajaban de tal manera que este sábado podíamos coincidir. El objetivo, la Sureste Clásica al Midi, una de las vías más bonitas del muro de Pombie que, buscando siempre el terreno más accesible de la compleja estructura de esta pared, alcanza las proximidades de la punta Jean Santé. Según se acerca la fecha, los pronósticos se tuercen y la víspera el tiempo se anuncia tormentoso, además, se prevé la entrada de un frente a partir del mediodía. El deseo ciega nuestro buen juicio y la dificultad de volver a coincidir hasta después del verano nos empuja a mantener el plan.

Cenamos en un bareto de Formigal y, ante la rasca que hace en el parking del Portalet, dormimos dentro del coche. A las cuatro de la mañana, mientras desayunamos, observamos con preocupación las nubes que cubren las cimas hacia la zona del Balaitous, El Midi está limpio en ese momento. Nuestra estrategia, mejor dicho, la estrategia de Edu, es plantarse en la base de la vía al amanecer y decidir entonces.

El grado de precisión de los pronósticos meteorológicos de hoy en día es sorprendente. Las previsiones se hacen casi al minuto y quienes las hacen deben conocer su oficio porque, curiosamente, muchas veces aciertan. Hoy, el mal tiempo empezará a partir de las doce.

Cuando llegamos al pie de la Sureste el día no ha empezado a clarear y tenemos tiempo para sentarnos un rato y estudiar las alternativas. Si entramos en la vía quizá nos dé tiempo a terminarla, pero el descenso por las viras con niebla y mal tiempo no parece muy aconsejable. Además, iniciar una ascensión con esa sensación de prisa choca frontalmente con mi  forma, absolutamente lúdica, de entender estas cosas. Mi negativa es firme. Edu se rinde a la evidencia a medida que amanece y la luz nos deja ver el aspecto amenazador de las nubes que circulan entre los picos de enfrente. Pronto llegarán aquí. Seguramente, antes de las doce.

Sin embargo, mi amigo no es de los que se arrugan fácil y pone en marcha el plan B que, obviamente, traía ya preparado desde casa. Lo suponía…

La Surplombs es una vía que parte del mismo punto que la Sureste y, a diferencia de ésta, discurre con un trazado rectilíneo sorteando una serie de techos hasta desembocar en la parte alta de las viras pequeñas, la otra vía de escape de la pared, que conduce en diagonal hasta su salida en la gran pedrera. Pero hay también una línea de rápeles a lo largo de esta vía que nos permitiría descender en cualquier momento si fuera preciso.

Hoy, la enorme diferencia con cualquier tiempo pasado es el acceso a la información. En la montaña, esa información nos facilita mucho las cosas, antes de ir puedo conocer la vía, sus dificultades, el aspecto en imágenes de los pasos comprometidos, el pronóstico del tiempo o el estado de la montaña casi en tiempo real a través de información compartida en la red. Todo eso hace la montaña más accesible, pero puede generar una sensación de seguridad ficticia que lleve al exceso de confianza. Tengo la impresión de que ese exceso de información es a veces causa de accidentes. Tanto como la desidia o la falta de información al planificar nuestras salidas.

La verdad es que allí, en el último largo de la Surplombs, no tuve en ningún momento la sensación de estar en peligro, sin embargo, sí que me sentí un poco fuera de lugar, empecinado en realizar una actividad a toda costa, con el solo propósito de llevarla a cabo, lejos del placer que una escalada como aquella debía proporcionarme. Mientras los truenos resonaban con mil ecos sobre nuestras cabezas, la niebla, pegada a la pared, contribuía a crear una sensación extraña de irrealidad, de paisaje inmaterial, formas indefinidas flotando en la nada.

Un pedrusco formidable como el Midi d’Ossau, con su roca extraordinaria, sus vías desequipadas y su escalada atlética y siempre espectacular, merece mucho más que una ascensión apresurada y una bajada a la carrera, huyendo de la tormenta. Merece disfrutar de la jornada, saborear cada paso, gozar del contacto áspero y noble de su roca con calma, con deleite, apurando el tiempo.

Tempus fugit, el tiempo huye, la inscripción aparece en relojes a veces muy antiguos. Quizá mi sensación de que antes las cosas no eran así, sea falsa.

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