Como fantasmas de un pasado olvidado, los hierros oxidados, las ruedas dentadas, las manivelas y sus mecanismos agarrotados por efecto de la intemperie, surgen de entre la niebla.
Las vagonetas cuelgan todavía de sus cables. Vacías de contenido, vacías de sentido, balanceándose en silencio.
Las torretas del teleférico se sostienen a duras penas esperando el día.
Una sábana invisible, densa y fría, hecha de silencio y humedad, cubre hoy el valle de Arritzaga.
Estoy solo.
Desde Anduitz, por las Malloak hasta Aldaon, para bajar a Pardeluts y Arritzaga.
Silencio, soledad, frío, lluvia…
(El valle de Arritzaga es un potente tajo de origen glaciar que parte en dos la sierra de Aralar, permitiendo un acceso cómodo, aunque largo, hasta sus altos pastos desde el valle del Oria. Durante años y antes de que la autovía de Leizaran facilitara el acceso hasta Lekunberri, era el camino que seguíamos, mayoritariamente, los montañeros guipuzcoanos para acceder a los montes de esta sierra. Más o menos a mitad de camino desde Amezketa se encuentran las minas de cobre de Buruntzurin, una explotación que funcionó durante apenas unas décadas en el siglo XVIII, doscientos años después del cierre de las minas, parte de la maquinaria y algunos edificios siguen aun en pie.)
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