El otro día, mientras entrenaba en compañía de Josu, hablábamos de la dificultad para el establecimiento de nuevos records del mundo en las pruebas de atletismo en JJOO. Entre las diversas razones comentábamos la sospecha que todos tenemos, como espectadores, de que a veces los atletas regulan sus esfuerzos hasta la victoria, y no más allá, dejando ese esfuerzo extra para ocasiones más lucrativas.
Cuando ayer Usain Bolt salió de la curva en la final del doscientos, su ritmo había dejado atrás a todos sus rivales, sin embargo, Yohan Blake le seguía de cerca y enfiló la recta progresando hasta rebasar al campeón olímpico. Bolt dio otra vuelta de tuerca y, sin aparente esfuerzo (es un decir), superó de nuevo a su rival, permitiéndose incluso levantar el pie en los últimos diez metros. Gesticulando antes de la línea y sin necesidad de echar su cuerpo adelante en ese último impulso, dio la sensación de correr justo lo que tenía que correr para ganar. Una vez más.
Es el tipo de actitud que nos hace pensar que no hemos visto su límite que, de haber querido, o de haberse visto en la necesidad por la amenaza de un rival, hubiese podido hacer más. Acercarse a su plusmarca de 19:19, por ejemplo. No es una crítica, ni siquiera estoy muy seguro de que la cosa haya sido así. Habría que estar en el pellejo de esta gente o, al menos, conocer el mundillo.
Sin embargo, hubo otro atleta ayer cuya actuación me dejó sin palabras. Frente al mediático Bolt y su derroche gestual postcarrera, un David Rudisha mucho más sobrio dio una auténtica lección de entrega en el esfuerzo. Sin liebres ni oposición de rivales, sobre todo en la segunda vuelta, y con la única motivación de la gloria olímpica (como si hubiera otra mayor para alguien que ama realmente el atletismo), esta vez sí, después de que una lesión le privara de participar en Pekin, en Londres dio cuanto había en su cuerpo y en su mente, que no es poco, para lanzarse en solitario a dar las dos vueltas más rápidas que nadie a dado jamás a una pista de atletismo, no era la primera vez. David Rudisha, uno de los superproductos del atletismo keniano, moldeado por Colm O’Conell, el entrenador de otros grandes talentos del país, batió su propio record del mundo del 800 tras una galopada sobrecogedora. Repito, sin ayuda de nadie que le marcara el ritmo, demostrando un talento y una generosidad en el esfuerzo que ha marcado a lo largo de la Historia a los grandes nombres del atletismo.
Hay algo en la mirada de este muchacho de físico formidable, algo en su voz serena y sus ademanes comedidos, que encandila y que deja traslucir eso que dice de él O’Conell: que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. En este magnífico vídeo emitido en Informe Robinson, que puse hace unos meses en viejaszapatillas.com, podéis ver un reportaje sobre Rudisha y su entrenador, entre otros. En él nos cuenta cómo la medalla olímpica de su padre, Daniel Rudisha (plata en el 4X400 en México) fue el acicate que le empujó en su empeño de ser atleta y cómo su sueño era, hasta ayer, superar aquel logro.
Hoy, David Rudisha puede decir que ha cumplido el sueño de una vida. Y lo ha hecho de una forma grandiosa, poniendo todo su talento y toda su pasión en el empeño, de una forma generosa, sin cálculos ni estrategias. Todo corazón.
El mundo, ávido de estas cosas, espera ahora a que este atleta baje algún día de la barrera simbólica del 1:40 y, mientras escribo estas líneas, un hombre sin piernas corre la final del 4X400 en unos juegos olímpicos.
Todo corazón.