Mi amigo Tito

Un francés remonta, a ritmo pausado pero constante, las últimas pendientes que dan acceso a la cima del Pic de Néouvielle. Su gorra blanca le tapa el rostro desde nuestra perspectiva, pero parece un hombre mayor. Bueno, mayor para nosotros. Le observamos en silencio desde hace un buen rato mientras nos pasamos la cantimplora con agua de limón y azúcar, nuestro único alimento desde ayer al mediodía.

Nos sentimos como tres buitres volando en círculos a la espera, conjeturando pacientes sobre las probabilidades de una buena cena.

El hombre llega por fin a nuestra altura y una sonrisa franca se dibuja sobre su potente mandíbula, que armoniza con su figura de teutón corpulento.

– Bonjour monsieur, ça va?

– ¿Hola chavales, qué tal?

Le miramos sorprendidos mientras se quita la gorra.

– ¡Sí hombre, de Santa Bárbara! ¿No me conoces, rubio?

¡Vaya! Parece que nuestra suerte cambia por momentos y Poto, Imanol y yo nos intercambiamos una mirada cómplice. Resulta que el francés de la gorra es Tito Arregui a quien Poto recuerda (o dice recordar) de alguna tarde de escalada en Santa Bárbara. El hombre se quita la abultada mochila que no dejamos de observar con fascinación, para sentarse junto a nosotros.

Es un mediodía agradable de primeros de julio, el tiempo es bueno y se está bien allá arriba, sobre el mar de nubes. Conversamos apaciblemente mientras Tito va sacando comida de su mochila y nosotros aceptamos educadamente su invitación a compartirla. Nos hace partícipes de sus planes: llegó ayer por la noche y, tras vivaquear camino de la Glère, ha subido hasta aquí y bajará a dormir junto al lago de Cap de Long, con idea de hacer mañana el Campbieil y volver pasado a casa… aunque en realidad le gustaría subir al Ramougn.

El Ramougn es un precioso tresmil, un poco a la sombra del Néouvielle, al que se accede a través de una afilada arista con algún paso de escalada fácil, sus laderas reflejadas sobre las aguas del lago de Aubert componen una de las estampas más bellas del Pirineo.

– Tito, si te apetece, puedes dormir con nosotros en el refugio Packe, donde tenemos las cosas, entre ellas una cuerda, y mañana hacemos juntos el Ramougn.

– ¿Haríais eso por mí?

Las tres voces sonaron entusiastas como una sola:

-¡Por supuesto!

Así es como  se urdió la tela de araña con la que envolvimos hábilmente a nuestro amigo Tito. Ni más, ni menos. Hay quien, al paso del tiempo, sospecha que la cuerda estaba en realidad en el fondo de una de nuestras mochilas y podíamos haber satisfecho el deseo de Tito en el momento, con lo que hubiese quedado liberado de la necesidad de acompañarnos al refugio, pero no es verdad.

Recorrimos el camino de vuelta, en compañía de nuestro nuevo amigo, felicitándonos por nuestra buena suerte y soñando con un plato rebosante de macarrones cocidos para la cena, acompañados de una sabrosa salsa de champiñones humeante y la consiguiente tertulia, con la barriga llena y un té bien caliente. Llevábamos cinco días sin cerillas y nuestra comida fría se había acabado hacía dos días, la comida que más o menos podíamos comer cruda o sin calentar, la habíamos terminado la víspera. Hay que entender que a los dieciocho años uno no está para pasar hambre después de una buena caminata.

Una vez instalados y a punto de iniciar los preparativos para la cena, alguien preguntó en tono casual:

– ¿Tienes fuego, Tito?

– No, no uso. – Fue la respuesta, enunciada en el mismo tono casual e intrascendente.

Más de treinta años después, cuando Tito recuerda nuestras caras descompuestas, todavía se ríe hasta las lágrimas. Todo nuestro operativo envolvente para camelar al montañero solitario no había servido para nada. Habíamos tropezado con el ejemplar más raro y estoico que transitaba por aquellos lugares. Un hombre capaz de planificar deliberadamente una salida de cuatro días sin nada caliente que echarse al estómago.

Finalmente, Tito resolvió la situación vaciando de vituallas su mochila. Realmente, mi estoico amigo comía frío… pero además era puñeteramente frugal. Propuso repartir lo que había para cenar esa noche ¡Carpe diem! Dejaríamos lo justo para tirar hasta el Ramougn y, si nuestros famélicos estómagos sobrevivían hasta el día siguiente, nos invitaría a un buen desayuno en el refugio del Lac d’Orédon, en compensación por la ascensión al Ramougn.

Así se hizo. Recuerdo aquella noche tumbados sobre el mullido césped de la orilla del lago, después de haber compartido una bonita jornada de montaña, cansados y hambrientos otra vez. Nunca olvidaré el menú de la cena: un trozo de pan con un ajo frotado y un pedazo de corteza de limón y una onza de chocolate negro por barba. Ni qué decir tiene que el desayuno de la siguiente mañana fue glorioso, glorioso y plural, por repetido.

Yo me separé en aquel punto de Poto e Imanol y me volví con Tito a San Sebastián. Además de darnos de comer, Tito me ahorró unas cuantas horas de autostop para volver a casa. En el viaje de vuelta encontramos lirios pirenaicos escondidos a orillas del Lac d’Aubert y hablamos, hablamos mucho, hablamos de todas las cosas que un chaval de dieciocho años, vehemente y sediento de montañas, puede hablar con un hombre de cuarenta y pico, instruido en esa pasión común.

Nuestra operación para cenar caliente aquella noche fue un fracaso total, sin embargo, en aquellas horas se fraguó una relación de amistad muy especial que ha perdurado hasta el día de hoy. Tito me enseñó en aquella y en otras salidas, o en las muchas horas de conversación con él y con Puri, tras cenar en su casa, una forma particular de ver la montaña, de entenderla y disfrutarla.

Cada vez que desenvuelvo uno de esos deliciosos bombones hechos con corteza de cítricos confitados bañados en chocolate, el primer mordisco me traslada indefectiblemente a aquella noche bajo el cielo estrellado de Neouvielle, al croar de las ranas, a la voz susurrante de los compañeros en la oscuridad, al recuerdo de un sueño agitado, entrecortado por la puñalada hiriente del hambre y al reconfortante calor de la amistad.

(Hacía tiempo que tenía pensado este post en mi cabeza. La publicación en el último número de Errimaia, la revista del Vasco de Camping, de un artículo de Ivonne Izaguirre, me ha decidido a hacerlo. Cuenta su ascensión a la arista Este del Aspe en 1965, en compañía de sus amigos Rosi, Corcho y Tito. Ivonne lo escribió entonces para la revista del Club, pero aquél número no salió, parece que Suso lo ha rescatado ahora y se ha publicado. Un bonito homenaje a una generación muy importante de nuestro montañismo. ¡Muchas gracias por aquel desayuno, Tito!…  Y por todo lo demás).

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5 respuestas a Mi amigo Tito

  1. Earra posta Rafa…, unkigarria!!!
    Ondo izan.

  2. Bakio dijo:

    Kaixo:
    Yo también tengo la fortuna de conocer al bueno de Tito. Jo Ta Aportu es un grupo de amigos, de aquella escuela, al que Tito pertenece. Gentes que después de compartir infinidad de rebanadas de pan con ajo… y que sus derroteros se vieran separados durante años… se han vuelto a juntar. Derroteros que ha llevado a cada uno por caminos diferentes aunque sin perder el carisma, el respeto y la integridad con los demás pero sobre todo con ellos mismos… sin traicionarse así mismos… Ahora siguen compartiendo más pan con ajo, carolinas, rusos, gazpachos con manzana, electrolitos como cerveza o tinto de verano… o cualquier lindeza culinaria que se preste además de nuevos viajes y aventuras e impagables sobremesas. Viajes y aventuras con las montañas y el mar como elementos vertebradores que les ha llevado a Servia, Montenegro, Croacia, Creta, Lanzarote, Andalucía, Estremadura, Baleares… y a mí con ellos.
    Me adoptaron una triste húmeda y gris mañana de invierno… y desde entonces me consideran miembro numerario del clan, con derecho a voto y tenedor.
    Hace tiempo me enseñaron a apreciar nuestras montañas, a disfrutarlas sin prisa ni urgencias… y desde entonces casi siempre voy el último con mi característico paso de percherón. Una cadencia pausada pero insistente, casi impenitente, que me lleva a obtener la indulgencia de los dueños de las montañas y me permiten alcanzar sus cimas.
    También me han enseñado un nuevo mar desconocido por mi hasta ahora. Un mar que huele a salitre y suena viento y que nos enseña lecciones de humildad y paciencia a partes iguales.

    Cada uno con sus peculiaridades… pero todos uno… todos Jo ta Aportu.

    • Muchas gracias Bakio, por tu comentario. No es malo ese paso de percherón, que nos permite disfrutar con calma, prolongar el deleite y percibir detalles que las prisas distorsionan hasta borrarlos. Aunque a veces me gusta correr, nunca me aburro caminando lento por el monte, a veces olvido adónde voy, de dónde vengo y me quedo extasiado como un idiota contenmplando el azul profundo de una genciana, escuchando el murmullo suave de un arroyo o mirando remolinos de nubes en un collado.
      Algunas de esas cosas me las enseñó nuestro común amigo. Los amigos de mis amigos, son mis amigos ¡Un abrazo!

  3. Pingback: Jo Ta Aportu | El mundo está a favor de los pequeños…

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