– Ma, chi è il pazzo che ha ordinato la costruzione di un rifugio qui?
– Questo è stato fatto in onore della regina Margherita.
Jadeamos para ganar la cima de la Punta Gnifetti, en el Monte Rosa, por la última pendiente a cuatromil quinientos metros de altitud. Viene mal tiempo, hemos dejado a Ramón en el refugio Gnifetti, con su rodilla maltrecha, y hemos seguido para arriba. Si queremos tener alguna opción de hacer cima, debe ser hoy, para mañana el pronóstico es malo.
Vinimos al valle de Aosta con otros planes, pero la meteorología se impone y dicta condiciones innegociables. Mauro, nuestro guía, nos propone conocer este lugar extraño: yo creía que los refugios se construían al pie de las montañas, ¡no en la cima!
Mauro es como su mochila, no le sobra nada, a sus cincuenta y tres años la vida ruda de las montañas le ha despojado de todo lo prescindible, su cuerpo enjuto, moldeado por el esfuerzo constante de subir y bajar montañas, es una máquina reseca como la cecina, de cuya conservación él se encarga sazonando todo lo que come con cantidades ingentes de sal (me pregunto si éste será el único exceso que se permite). A alguien como él, se supone que un experto en nudos, le cuesta, sin embargo, desanudar el que mantiene su lengua amordazada. Tras varios días de dura faena, conseguimos que poco a poco la vaya soltando y la conversación fluye finalmente. Esta tarde hemos subido hasta las proximidades del coll de Lys, después de pasar por el refugio con idea de hacer la Pirámide Vincent, el cuatromil más accesible, y dejar para mañana alguna de las otras cimas del Monte Rosa. Hemos subido a muy buen ritmo y Mauro nos propone alargar un poco más la subida para alcanzar la cabaña Margarita, la exótica edificación construida en la misma cima de la Punta Gnifetti, a 4554 metros, la tercera en altitud de las que coronan el macizo, encaramada como un nido de cigüeñas en lo más alto de un campanario.
Mauro nos cuenta que la cabaña fue construida en 1892 y se ríe, socarrón, recordándonos que entonces no había helicópteros.
Capanna Margherita es el refugio más alto de Europa y la ocurrencia singular de ubicarlo allí no fue caprichosa, sino que obedeció a un interés científico, además del propio de logística montañera de cualquier otra edificación de este tipo. Se construyó en el valle, se desmontó y fue subida por piezas a la espalda de los sufridos trabajadores y ensamblada en la montaña durante los tres años que duró su construcción. Hoy alberga, además del refugio, un observatorio meteorológico y el laboratorio más alto de Europa, cuyo promotor principal fue Angelo Mossso, célebre fisiólogo turinés, conocido sobre todo por sus trabajos sobre la relación entre la actividad mental y el flujo sanguíneo. Mosso pasó buena parte de su tiempo dedicado a la investigación en aquella pequeña y fría cabaña, estudiando la fisiología de la adaptación del organismo humano a la altitud. Según nos cuenta Mauro, los trabajadores hacen turnos de quince o veinte días arriba y otros tantos abajo. En 1980 se reformó el refugio.
Alcanzar la cima de la Punta Gnifetti me produce sensaciones contradictorias. La cumbre de una montaña es un lugar importante, uno espera culminar una ascensión de este tipo en un lugar salvaje e inalterado, no me gustan mucho los buzones, las cruces o las figuras. A lo sumo, agradezco un túmulo de piedras que armonicen en el contexto natural, pero un refugio.., sin embargo, reconozco que, mientras negociaba la última pendiente concentrado en el esfuerzo de respirar esa dosis extra de aire que siempre falta a esa altitud, iba pensando en el chocolate caliente que me tomaría arrriba. Llegamos tarde, a esa hora en la que los montañeros esperan, tediosos, entreteniéndose en tareas insustanciales, de las de matar el tiempo, a que llegue la hora de la cena. En otras cotas y con buen tiempo, esto es algo que normalmente se hace fuera, con una cerveza y un poco de conversación o de lectura. Aquí el ambiente es lúgubre, unos pocos montañeros dormitan sobre los bancos corridos, apoyados contra la pared sus rostros cansados.
Nos tomamos, efectivamente, nuestro chocolate, e iniciamos el descenso al tiempo que la tormenta se desata: niebla, viento, algún trueno lejano y la nieve que comienza a caer y que durante la noche cubrirá de blanco el paisaje hasta cotas mucho más bajas. Bajo mi capucha, en el aislamiento confortable de mi ropa y el calorcito del ejercicio al caminar, mientras bajamos a nuestro refugio, pienso en la Capanna Margherita, en sus habitantes de aspecto fantasmal envueltos en la tormenta allá arriba, en los hombres que construyeron aquel frágil cobijo hace más de cien años y en más cosas, demasiado personales para contarlas aquí, que han sucedido allá arriba, con Txema, Iñaki y Mauro, y que tienen que ver con la química de las emociones.
En 1893, la reina Margarita, que tenía la costumbre de veranear en Gressoney, ascendió esta montaña para visitar la cabaña que llevaría su nombre y pernoctó en ella la noche del 18 al 19 de agosto. Según Mauro, la reina subió acompañada de un séquito que se relevaba ¡para transportarla en parihuelas!
Imagino a la reina Margarita pidiendo a sus acarreadores que hicieran el favor de no subir tan rápido, porque se le aceleraba el corazón y no podía respirar.
Artikulu jakingarria, beti bezala, Rafa. Altueratan ibiltzeko zailtasunak dituen nik bezalako batentzat, misterio bat da duela ehun urte pasa, orduko muga teknologikoekin, nola egin zitekeen halako eraikuntza bat lau mila metroan. Jende hark zer baldintzatan lan egin behar izango ote zuen irudikatzen saiatzean, pentsatzen jartzen naiz teknologiaren aurrerakuntzak zer aukerak eman dizkion gizakiari, bizimodu erosoagoa eta gizarte berdinzaleagoa eratzeko.
Orain galdera bat: teknologiaz baliatuta, tontor hartaraino helikopteroan igoz gero, mountain bike-an jaitsi liteke?:-) (hau, jakina, patata-tortilla goxo baten aurrean eztabaidatzeko plana da, eh!).