Adolfo Madinabeitia, un veterano ilustre

Foto: Adolfo Madinabeitia

Hablar de Adolfo Madinabeitia a estas alturas es hablar de la historia de la escalada en el País Vasco. Su biografía montañera está jalonada de hitos importantes que han servido de inspiración a toda una generación de buenos escaladores y que ha despertado la admiración de quienes difícilmente podríamos seguir sus pasos, ni siquiera de lejos.

A sus cincuenta y pico años, sigue en la brecha. El próximo miércoles, día 28, el Vasco de Camping lo traerá a San Sebastián, donde tendremos oportunidad de disfrutar con él de su última realización, dentro del ciclo “Mendia eta Natura” que organiza Donostia Kultura en la sala de Okendo KE.

Adolfo ha dado lo mejor de sí en la escalada artificial y la apertura en grandes paredes. Es ésta una disciplina muy particular de la escalada y quizá un tanto relegada para los medios ajenos al mundillo, mucho más atentos al panorama de la escalada libre, especialmente la deportiva, donde todo se puede calibrar y graduar de una forma quizá más precisa, estableciendo baremos fácilmente interpretables y que tanto gustan a los buscadores de noticias. La escalada artificial tiene sin embargo sus propias reglas, una cultura propia y unos escenarios no menos espectaculares. El reciente fallecimiento de Patrick Edlinger nos trae a la memoria el recuerdo de aquel punto de inflexión, aquella auténtica revolución de los Kurt Albert, los Wolfgang Gulich y todos aquellos que abrieron el nuevo camino de la escalada libre que obligó a reinterpretar muchos conceptos de la escalada clásica, comenzando por la graduación de la dificultad. Ha habido escaladores, como el propio Adolfo, que lejos de limitarse a una especialidad, han seguido practicando la escalada bajo un prisma global. Probablemente su concepto de este deporte sea más amplio que algo circunscrito a unas normas de «esto vale, esto otro no».

El miércoles nos traerá sus últimas escaladas en esas paredes perdidas en mitad de la selva venezolana que tanto le gustan. Uno va a estas proyecciones a disfrutar, sin duda, pero también a enriquecerse, a aprender algo. Creo que, en este caso, la lección es clara. Obviamente, Adolfo no nos va a enseñar a escalar, sus realizaciones están demasiado lejos de las posibilidades del escalador común. Sin embargo, creo que hay algo que podremos aprender todos, seguro. Escaladores o no escaladores. Una lección vital fácilmente extrapolable a la situación personal de cualquiera.

Hace unos años estaba yo en la Gala del Montañismo Vasco, un evento que la EMF organiza anualmente para premiar actividades montañeras y personas e instituciones relacionadas. Había ido acompañando a Andoni, que fue premiado. Como introducción al acto, tuvimos la oportunidad de ver una película de Adolfo en la que intentaba en solitario la escalada del Pilar Oeste de la Torre Sin Nombre del Trango, en el lejano Karakorum. Tras varios días de trabajo extenuante en la pared y habiendo ascendido más de la mitad, el mal tiempo bloqueó al escalador sobre su hamaca de loneta, a muchos metros del suelo. Encerrado en su reducido habitáculo, Adolfo soportaba con paciencia su cautiverio. Recuerdo que, en la película, bajaba de vez en cuando la cremallera y asomaba la cabeza sobre el abismo, sombrío y gris, envuelto en la niebla, mientras los copos de nieve le mojaban el rostro. –Bueno, llevo cuatro días aquí sin moverme, estoy un poco hasta los huevos, a ver si cambia- ccccrrrrrrrrrr, se cerraba la cremallera, fundido en negro, se abría la cremallera –Joder, vaya frío que hace, nueve días ya y esto sigue igual- ccccrrrrrrrrrr se cerraba de nuevo la cremallera. Finalmente, a los once días de encierro en soledad, Adolfo se vio obligado a recoger los bártulos y retirarse, no sin dificultades. Mi amigo Poto, que estaba sentado a mi lado, me dio un codazo y en un susurro, me dijo, -Te imaginas, tú y yo no aguantamos once días así ni en la cima de Irumugarrieta (Irumugarrieta tiene 1400 m y es un lugar en el que las ovejas pastan tranquilamente junto al buzón).

La escalada artificial requiere cabeza y oficio, mucho oficio, además de las cualidades físicas propias de estas actividades.  A Adolfo le sobran ambas cosas, hay que tener mucha cabeza para aguantar lo que este hombre es capaz de aguantar, y hace falta mucha cabeza para estar colgado de un plomo adaptado como una bolita de plastilina a una miserable rugosidad en la pared, tratando de no moverse bruscamente, conteniendo casi la respiración. Porque, hablando de grados, la graduación de la dificultad en la escalada artificial tiene lo suyo, sobre todo cuando te dicen que un A5 es el grado en el que ni los anclajes de progresión, ni los de aseguramiento en caso de caída, ni los de la propia reunión, son demasiado fiables, ¡prohibido caerse!

Como digo, hay una enseñanza que se desprende de la actividad de Adolfo Madinabeitia que nos puede ser muy útil a todos. Cuando todo en el deporte parece medirse por las facultades físicas propias de la juventud, la montaña es un medio en el que, cada cual a su medida y respetando las diferencias que nos separan de un fenómeno como el que nos ocupa, a veces entran en juego cualidades que no dependen en absoluto de la elasticidad de nuestros tendones ni del vigor de nuestros músculos…

La edad no siempre nos limita, ¡a veces es nuestro aliado!

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