Una huella sobre la nieve tiene una fuerte carga simbólica. Es como una línea trazada sobre un papel en blanco. A veces, recorriendo la huella, pierdo el sentido de la realidad, la percepción del medio, de tal manera que el paisaje interior se me representa con una viveza inusual. El entorno se va apagando diluido al otro lado de mis sentidos, concentrados en el esfuerzo, en la técnica, en el vaivén acompasado del gesto. Eso me gusta.
Conozco a mucha gente que hace esquí de fondo para sentirse inmersa en el paisaje, para disfrutar de la naturaleza. No es mi caso. Al menos, no lo es habitualmente. O no lo es del todo. Aunque mentiría si dijera que me da igual el entorno, de hecho, no me gustaría practicar un sucedáneo de este deporte en un gimnasio, por muy bien que reprodujera el gesto, como no me gusta el rollerski. El medio, el escenario, es sin duda una condición indispensable y contribuye de manera determinante a intensificar esas sensaciones.
La huella bien trazada y unos esquís rápidos es todo lo que necesito para sentirme bien. Sobre un camino sin principio ni fin, sin objetivo, solo el movimiento repetido, hipnótico, de mi cuerpo.
Cuando éramos pequeños y nos juntábamos en cualquier rincón de la calle con un balón, a veces organizábamos partidillos, pero otras jugábamos por jugar, ¿os acordáis?, ese “jugar por jugar” de nuestra infancia representa muy bien el sentido hedonista que tiene para mí el deporte. “Esquiar por esquiar”, sin una finalidad más allá. Ni entrenar. Ni competir. Ni buscar el paisaje más allá de la colina.
A veces, deslizando sobre la huella, la gente desaparece, desaparecen los amigos, desapareces tú, que lees estas líneas, desaparecen los seres queridos. Hay momentos sublimes en los que las pesadillas de un pasado que me persigue se borran junto a los buenos recuerdos, como se borran los sueños del futuro o sus incertidumbres. Hay un momento sublime en el que nada tiene sentido, porque no lo necesita, fuera de la respiración acelerada y el equilibrio justo de cada zancada.
El paisaje interior se representa entonces de una forma desnuda, orgánica… respirar, empujar, respirar, empujar, respirar, empujar, respirar, empujar…
¡Que nadie pare la música!
¡Precioso Rafa!
Me encanta cómo has desarrollado aquella idea relacionada con la foto de Aralar y el comentario de Juanfer y cómo has incluido matices que surgieron en aquella conversación. Estoy leyendo un libro muy interesante de un tal Ken Robinson, «The element». Lo que el define «the element», otros lo llaman estar en la «zona», otros «flow» o «fluir» . Parece claro que cuando esquías tu entras en esa mágica dimensión. A disfrutar!
Gracias por tu comentario Andu, aquella conversación me dio en qué pensar, sí y, efectivamente, aunque creo que se puede acceder a esa dimensión por muchos medios, a mí el que mejor me funciona es el esquí de fondo. Me gusta mucho correr pero, no sé por qué, el entorno se me hace más presente y a veces me incomoda, ¡no digamos en bici, claro!
Saludos.