Ashima mira directamente a la cámara mientras brotan de sus labios palabras que componen frases sin sentido. Habla de deseos, de sueños y satisfacciones en un lenguaje en apariencia coherente salpicado de risas. A veces llora tras un resbalón o un lance mal calculado.
Las pequeñas manos de Ashima se aferran como garfios a la roca rojiza y áspera de los bloques de Hueco Tanks mientras su cuerpo se contorsiona bajo la atenta mirada de sus padres, de su entrenador, de las celebridades locales que se reúnen para admirar y animar a esta criatura de nueve años cuyo universo es la escalada.
Según avanza la película, mi estupor va en aumento, sobre todo cuando compruebo la complicidad de la sala en los momentos de tensión, cuando Ashima resuelve en una competición ese último paso con un gesto imposible, taloneando por encima de su cabecita mientras se retuerce colgada de las diminutas presas.
Si Ashima trabajase en una factoría, fabricando zapatos durante cinco horas al día, las autoridades de su país tomarían cartas en el asunto. Los agentes gubernamentales no le creerían por mucho que ella dijera, con una sonrisa, que aquello es lo que le gusta. Si Ashima se preparase con ese ahínco para ser la “niña muñeca” de moda en su país, el público de la sala resoplaría indignado, por mucho que ella dijera que aquello le apasiona. Sin embargo, una nube tóxica de admiración parece contaminar el aire entre las butacas. La misma nube que hace patinar a figuras del santoral de la escalada moderna como Lynn Hill o Chris Sharma, para caer desde sus pedestales y hacerse añicos contra el suelo mientras aplauden con entusiasmo las proezas de esta pequeña escaladora, modelada por Obe Carrion, un ex primera figura de la escalada que ha encontrado la redención a un pasado de alcohol, depresión y excesos, en su dedicación obsesiva a la preparación de esta niña, como él mismo confiesa.
Ante mí, Ashima se muestra como una víctima, con sus deseos, sueños y satisfacciones dictados por un mundo de adultos. Un frágil objeto al servicio de la vanidad de quienes le rodean. Tal vez lo único genuinamente suyo sean esa risa, a veces nerviosa, y ese llanto.
Espero la reacción final del público. Aplauso generalizado. Me preocupo, debo estar cada vez más raro… y más equivocado.
(«Origins: Obe and Ashima» USA 2011. Dir.: Josh Lowell. Kutxabank Mendifilm Festival. Bilbao 17/12/2012)
Pues no sé…a lo mejor tienes razón y estás cada vez más raro…o a lo mejor es, simplemente, que eres sensato. La historia da para reflexionar.
Raro sí que debo estar, sí. Cada vez más…
«Niño prodigio» horietako bat telebistan ikusten dudan bakoitzean sentsazio bera daukat nik ere. Ume-dantzariak, abeslariak, akrobatak,… birtuosismoaren gailurrean 5, 6 edo 9 urterekin. Hotzikarak sartzen zaizkit ikusi ahala, baina okerrena ingurura begiratu eta guraso eta gainontzekoak adurra dariola antzematea da. Joselitorekin ez al genuen ezer ikasi?
Joselitorekin ikasi genuen, bai, batzuen egarria ase gabea dela. Horrelakoak ikusten ditudan bakoitzean, nire semea begiratu eta normaltasunaren zoriona eta aberastasuna bere neurrian baloratzen erakusten dit. Ze guraso motak egin ditzakete horrelakorik beraien semeekin? Milesker zure komentarioarengatik, Oier!
Definitivamente, soy raro. Han premiado ésto como la mejor película de deportes de montaña.