Para algunos Santa Bárbara es, en mi caso fue, más que una escuela de escalada. Es el lugar en el que tomamos contacto con una forma diferente de disfrutar de la montaña, valorando la dificultad y adquiriendo las técnicas para afrontarla, pero también un lugar de reunión y socialización y un refugio en el que desconectar cada tarde de la rutina de la vida urbana, disfrutando de su paisaje bucólico a un cuarto de hora de casa.
Muchos años después he vuelto a Santa Bárbara para descubrir que allí, los quintos siguen siendo quintos y los sextos, sextos, que sus presas pulidas por generaciones de pies de gato no permiten la progresión distraída de otras escuelas de tacto más franco y que la escalada sigue siendo en algunos lugares más un ejercicio de resolución de aritmética gestual que un derroche de gasto muscular.
Juancar, que se formó también como todos los escaladores de la comarca en aquellas vías, me ha enviado el enlace a este bonito vídeo de Aitor Aranguren con imágenes grabadas desde un minihelicóptero de esos que usan ahora, Iñaki lo ha colgado en su blog Mendia eta Eskalada. Ver las cosas familiares desde una perspectiva inusual las revaloriza muchas veces. Siempre he pensado que Santa Bárbara es un lugar con mucho encanto: de espaldas a la urbe, las colinas a las que da vista, salpicadas de caseríos, conservan el sabor de la campiña idílica, del paisaje rural vasco anterior a la revolución industrial, sorprendentemente cerca de las factorías y los polígonos industriales. Pero además, descubro en estas imágenes el encanto de sus calizas dentadas brotando entre el verde como la muralla de un castillo encantado, creado por el capricho de la naturaleza.