El día del maratón. Todo a punto

maratón SS2Cobijado bajo las sábanas, me resisto a abrir los ojos tratando de prolongar un poco el descanso. Sé que hoy voy a exigir una dura prueba a mi cuerpo, así que me esfuerzo en calmar estos nervios que tratan de empujarme fuera de la cama y sigo durmiendo un rato más. Echo un vistazo al despertador, que todavía no ha sonado. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!

Me levanto de un salto y corro tropezando hasta el estudio, donde dejé ayer la ropa preparada, me visto precipitadamente, trato de ponerme el dorsal y me pincho con los putos imperdibles. El chip, joder, ¡dónde está el chip! Me ato las zapatillas… falta algo, falta algo, ¡da igual! Me abrigo y bajo las escaleras a grandes zancadas con la mochila entreabierta. Antes de arrancar la moto miro la hora, ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! Las nueve menos cinco, estarán todos en la línea de salida.

Bajo a Amara y para cuando aparco la moto en Anoeta son las nueve y diez. Me quito el chándal y salgo corriendo hacia la Avda de Madrid, cuando traspaso las alfombras de la línea de salida he perdido ya catorce minutos. Salgo desbocado, a cuatro minutos el kilómetro, solo, con cara de imbécil mientras la gente, que está a otra cosa, me mira con asombro: -Pero éste, ¿qué hace?

Mientras corro, comienzo a pensar con claridad por primera vez, mi cuerpo empieza a carburar, sudo, cojo ritmo… bueno, lo primero es ir más despacio, correr demasiado rápido no me va a ayudar, precisamente. Además, pronto empezaré a ver a los últimos. De todas formas, debe ser extraño verme correr así solo, después de que los demás han pasado hace ya varios minutos, la gente se vuelve para mirarme y se ríe, ¡vaya!

Tras los primeros kilómetros veo la cola del pelotón a lo lejos, ya estoy más calmado y comienzo a hacer una valoración de la situación, hago las estimaciones sobre el tiempo perdido y las previsiones de marca, recalculo los tiempos de paso escritos la víspera sobre el dorso de mi mano. Siento rabia, dos meses y medio de entrenamiento específico, un montón de series y de carreras largas agotadoras, tantas horas de trabajo y la cago. Empiezo a hacer un chequeo sobre mis sensaciones, al menos todo está bien. Sin embargo, siento que algo se me ha olvidado. Un niño me hace gestos desde la acera y su madre le recrimina mirándome con desdén.

He alcanzado a los más rezagados y voy adelantando a gente. Me siento mejor. La sensación subjetiva de adelantar corredores siempre estimula, aunque no se vaya bien de tiempos. Los corredores se ríen cuando les adelanto (-qué patán, pensarán). ¡Ah! Ya sé qué se me ha olvidado, el gel… bueno, no es importante, he corrido muchas veces sin gel, no pasa nada.

De todas formas, creo que ayer lo metí en el bolsillo trasero del pantalón, recuerdo haber cerrado la cremallera… veamos.

Descubrir, al echar la mano atrás para meterla en el bolsillo, que vas sin pantalones, es algo que no deseo a nadie. Acabo de entrar en la Avenida y, tras doblar la esquina, veo a una multitud esperando en las aceras el paso de los corredores. Me detengo horrorizado. En pelotas, bueno, peor que en pelotas: con zapatillas y una camiseta de tirantes que estiro desesperadamente con las manos. Por suerte, estos tejidos elásticos ceden bastante y puedo caminar con esta especie de minifalda ocultando lo que no quiero que se vea.

Me salgo del circuito doblando una esquina y pienso en buscar un portal. ¿Qué hago, pido un móvil para llamar a alguien que me venga a buscar, pido directamente un pantalón de chándal a alguien con pinta de acompañar a algún corredor? Bueno, en realidad no estoy lejos de casa, corriendo rápido en diez minutos estoy a salvo. Acabo de tener una idea brillante, busco un sitio solitario entre calles y, entre dos coches aparcados, tras quitarme la camiseta me la pongo de taparrabos como si fuera un pañal para echar a correr como si estuviera poseído. Llego a S Bartolomé y cruzo entre la muchedumbre para subir la cuesta de Aldapeta, les oigo reír a mi paso y yo corro, corro desesperado con el torso y las piernas desnudas y esa especie de pañal rojo que tengo que ir recomponiendo a cada zancada. Alguien me persigue y trato de acelerar. Corre más que yo y consigue ponerme la mano en el hombro dándome una sacudida.

-Rafa ¿qué haces? ¡Para ya!

Me vuelvo con sorpresa pensando que será un municipal.

-¡Ya te vale! ¡Estás otra vez con el síndrome premaratón, llevas cinco minutos dando patadas y me has despertado! Ya empiezas y quedan más de quince días, ¡la que me espera, estoy hasta el gorro de tus carreritas!

Mi mujer se da la vuelta y sigue durmiendo.

(Ahora venid y decidme que nunca habéis tenido esta pesadilla, o alguna parecida, antes de una carrera importante)

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5 respuestas a El día del maratón. Todo a punto

  1. Juancar dijo:

    Espectacular!!!!

  2. Marilis dijo:

    ¡Ay, Rafa…! ¡Qué risa…y qué agobio!

  3. Nerbioak bai…, baino halako «desvarioa» inoiz…, jejeje…., eta berdina Marxa Bereten gertatu ezkero…, non sartu?…, eta ze otza!!!

  4. anna dijo:

    Boníssim!! 😉

  5. Patxi dijo:

    No me podía creer lo que estaba leyendo… y supongo que precisamente por eso he picado como un merluzo. Estupenda entrada, enhorabuena.

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