Correr con Paco

A pesar de su tamaño generoso, mis orejas están mal diseñadas. Tengo serias dificultades para mantener los auriculares en su sitio mientras corro. Esto no suele ser un problema porque normalmente no corro con música pero, a veces, cuando estoy en baja forma como ahora, sí que recurro a la música como acompañamiento mientras troto. A veces sujeto los auriculares con tiritas. Color carne, para disimular. En días fríos como el de hoy el gorro me viene perfecto, además de abrigarme la cabeza, sostiene los auriculares con fuerza y la música suena de lujo.

Como digo, hoy ha sido uno de esos días de música y trote durante una hora. Suelo llevar un ipod mini de esos que caben bajo la uña, con un repertorio amplio de música que se reproduce de forma aleatoria. Inesperadamente, los primeros acordes de Mediterranean Sundance me ponen la piel de gallina, Paco de Lucía y Al Di Meola, con los gritos del público de fondo en aquel memorable Friday night in San Francisco… correr con esa música “me pone”.

Creo que hubo dos álbumes con las tapas de cartón destrozadas en mi colección de vinilos, el solitario The Köln Concert de Keith Jarrett y este Friday Night in San Francisco. Reproducidos hasta la saciedad en todas las circunstancias, anímicas y materiales, imaginables. En soledad o en compañía, música compartida que pasaba de mano en mano en sus preciados envoltorios, como objetos de culto que eran.

Hace unos años, durante la transición digital, alguien me regaló un mp3. Yo no tenía mucha idea de cómo hacerlo rular y pedí ayuda a Haritz, el hijo de Marilís. Por aquella época Haritz, que no tendría dieciocho, tocaba el bajo en un grupillo de amigos, se acercó hasta casa y preparó aquel chisme para cargarlo de música que, “misteriosamente” para mí, estaba ahí, disponible a un clic de ratón. Poco a poco fuimos dejando caer un goteo de canciones de autores insólitos “de otra época”: desde Bob Dylan y Joan Baez, Leonard Cohen, Janis Joplin o los locales Hilario Camacho y Aute, hasta Mike Olfield o Depeche Mode. Haritz aguantaba con paciencia, estoicamente, hasta que le pedí que tecleara “Paco de Lucía”.

– ¿Paco qué? Me miró, primero extrañado, luego socarrón.

– Eso no habrá – me dice.

-Tú pon el nombre… por si acaso.

– Paco, Paco, Paco. ¿de Lucía?

De pronto el eMule comienza a desplegar un listado interminable de temas.

-¡Joder con el Paco! Haritz no da crédito y, con ojos como platos, ve como la lista continúa haciéndose más y más larga.

– ¿Y esto, cómo suena? Pregunta.

Elegimos uno de los temas, él se acordará cuál, y en cuanto empieza a reproducirse, el chaval se queda de piedra:

– ¡Hostia! ¡Si es la que Jon, mi colega, (el guitarrista del grupo) está intentando aprender! ¡Es superdifícil!

Sustituí hace tiempo aquel mp3 por un ipod mini, más cómodo y con bastante más capacidad, pero el repertorio no ha cambiado mucho. Soy incondicional en eso y totalmente inmune a las críticas, me seguiré emocionando con Antonio Vega, disfrutando de la música hipnótica de Michael Nyman, evocando viejos recuerdos con Bob Dylan y, por supuesto, se me seguirá poniendo la piel de gallina con Paco de Lucía mientras corro. La única trasgresión la cometí cuando un día, entrenando en una sesión agotadora de volumen en el rocódromo, Paulina Rubio me puso las pilas con su Ni una sola palabra, para sacar fuerzas de donde ya no me quedaban. Desde aquel día, le concedí el privilegio de compartir espacio en la pequeña tarjeta de memoria de mi ipod con los maestros.

Es difícil sacarme de casa para actuaciones en directo, en esto, como en otras muchas cosas, soy perezoso. La semana próxima iré a ver a los Luthiers en el Kursaal. La última vez que estuve allí fue en un concierto de Paco de Lucía hace tres años. Nunca pensé que fuera la última vez que le vería, Haritz estuvo con nosotros, entusiasmado. Recuerdo tres cosas de aquel concierto: la maestría sin par del guitarrista, la desesperante frialdad del público durante la primera parte (la cosa se arregló después) y la armónica increíble de Antonio Serrano. Era la primera vez que le oía. Acostumbrado a la armónica como un instrumento de acompañamiento, a la negligencia evocadora de Bob Dylan o a la música “de ambiente” de los western, descubrí un sonido con carácter que, en mi ignorancia, creía reservado a instrumentos más “potentes”. Lo pasé en grande. Disfruté como un niño. Me emocioné.

No volveremos a tener la oportunidad de escuchar en directo a Paco de Lucía, pero nos acompañará, nos acompañará siempre con esa técnica formidable, con esa velocidad endiablada y, sobre todo, con ese sentimiento que golpea directo en las emociones más profundas.

En este vídeo podéis disfrutar de algo parecido a lo que vivimos en el Kursaal en 2010, con el mismo grupo. ¡Grandes!

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3 respuestas a Correr con Paco

  1. Iñigo dijo:

    Joder esto de ser practicamente de la misma generacion es la leche…, me siento totalmente identificado con tu post…, si hubieras hecho alguna referencia al disco «The River» de Springsteen podria firmar el post como propio…, y me pregunto, ¿porque cuando estamos a tope no necesitamos musica??

  2. Iñigo dijo:

    Por cierto yo ahora tambien estoy entrenando con el iPod…

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