Evaristo vive solo en un pequeño piso de un barrio obrero de Eibar, en lo que en su día fue el extrarradio y hoy, con el crecimiento de la ciudad, puede considerarse casi el centro. Tiene noventa y dos años y unas manos de piel acartonada, deformes y llenas de lunares, con las que recorta las hojas de los periódicos que le regala su vecina Juani tras leerlos. Clava los cuadrados perfectos de papel en un soporte especial que preparó hace años con una varilla sobre una base de madera. Evaristo no gasta en papel higiénico, en realidad gasta muy poco en cualquier cosa: lo aprovecha todo y encuentra usos increíbles para las cosas en apariencia inservibles.
Enviudó hace veintisiete años, sus dos hijos viven en Barcelona y la soledad ha llegado a convertirse en una condición asumida y casi confortable para él. Su buena salud le ha permitido valerse por sí mismo, sin ayuda de nadie, durante todo este tiempo. Ya lo dice su médico, sus antecedentes de deportista (fue ciclista aficionado y mantuvo el hábito de montar en bicicleta hasta hace muy pocos años) le han ayudado a tener una ancianidad envidiable. Cuando oye eso las cejas blancas y alborotadas de Evaristo se arquean en un gesto de contrariedad y sus ojos claros adquieren de repente el brillo delator que refleja por un instante la zozobra del alma. Evaristo nunca se queja, nunca se queja y sonríe siempre.
La afirmación sobre su salud se contradice con la cantidad de medicamentos que su médico le receta. Pequeñas goteras sin importancia, dice el doctor. Desde hace cinco años algunos achaques le han obligado a acudir al ambulatorio más a menudo de lo que hubiese querido. Y cada vez ha vuelto a casa con una nueva prescripción de pastillas de diferentes colores.
Últimamente, Juani ha observado un cierto deterioro en el mundo ordenado y pulcro de Evaristo, en sus hábitos, en su forma de vestir, en el orden de sus objetos domésticos, incluso le parece que su conversación ha perdido aquella precisión y la coherencia de su hilo argumental, tan característicos en él. A veces parece rehuirle, como si tuviera prisa al cruzarse con ella en la escalera. Definitivamente, ha dejado de ser el hombre cortés y educado que solía.
Hoy, una trabajadora social y una médica de atención primaria han ido a casa de Evaristo, a interesarse por su situación y estado de salud. A la vista de los informes médicos, le han preguntado cómo se arreglaba para tomar la medicación, él se ha levantado y ha abierto una puerta del armario de la cocina, de donde ha sacado un tupper: «voy cogiendo de aquí», ha sido su respuesta.
(Aunque el relato es una fabulación, el párrafo final es rigurosamente cierto y la foto es la que ha hecho la médica esta mañana)
Rafa, hementxe nago Lillehammerren Alberto Gorrotxakin eta zure posta arratsaldean eskiatu ondorengo tertuliako gai izan degu. Oso interesgarria. Ondo izan!!!
Ondo pasa bikote, besarkada bat bientzat!