Iñigo Igerategi “Indartsu” quería ser verdugo de pequeño. Era dos años mayor que yo y un niño mucho más grande y fuerte que la media. Una de sus exhibiciones habituales consistía en transportar a dos compañeros de clase, uno bajo cada brazo, subiendo la cuesta de la calle Oarso hasta dejarlos junto al portal de mi casa. Su mayor hazaña fue llegar a cargar con cuatro, dos a cada lado, apilados como quien lleva cuatro barras de pan.
Los pequeños temíamos a Igerategi, tenía algo extraño en la mirada, el hecho de que quisiera ser verdugo no ayudaba, el que hubiese repetido dos cursos y estuviera con nosotros en clase, tampoco. El resto de los niños queríamos ser astronautas, o bomberos, o médicos, o “inventores”, algún raro quería ser futbolista, pero verdugo… Yo imaginaba a Igerategi con su cabeza enfundada en una capucha y el torso desnudo, blandiendo amenazador su hacha gigantesca.
Pienso ahora en ello y no consigo entender la procedencia de aquella vocación peregrina. La lectura clandestina y morbosa de algún ejemplar de “El Caso”, que cayó en nuestras manos por accidente, nos enseñó los pormenores lúgubres del funcionamiento del garrote vil, imagino que aquella fascinación horripilante por los detalles seduciría a nuestro compañero.
Niño ¿qué quieres ser de mayor?
Igerategi tenía una vocación concreta, un objetivo en la vida y, probablemente, veía a través de ello la posibilidad de colmar algún tipo de aspiración inconfesable, de satisfacer alguna expectativa personal secreta y desconocida. A veces pensábamos que lo decía simplemente para asustarnos.
Los niños entonces no queríamos ser futbolistas, todavía no, preferíamos ser “inventores”… ¡qué cosas! Esta mañana, mientras leo el periódico en la terraza en la que estoy desayunando, oigo una conversación entre dos niños de unos diez años:
– ¿Tú, qué quieres ser de mayor?
– Yo voy a ser rico.
Continuo leyendo la noticia: una aspirante incompetente a funcionaria y su madre caen en un bucle perverso que emponzoña el pensamiento hasta considerar normal lo anormal. Una historia de expectativas insatisfechas y ambición enfermiza, de mercedes deportivos y áticos en el centro de una ciudad provinciana.
– Niño, ¿Qué quieres ser de mayor?
– Quiero ser rico.
Al menos Indartsu, el niño gigante que nos atemorizaba de pequeños, tenía una vocación ajena a intereses pecuniarios. No sé qué fue de él, pero no pudo satisfacer esta vocación, la pena de muerte se abolió en España coincidiendo más o menos con su mayoría de edad.
Cuando Scarlett O’hara juró que si era preciso estafaría, engañaría o mataría, no dijo que lo fuera a hacer por un mercedes deportivo, sino por algo más legítimo: no volver a pasar hambre.
Hay vocaciones que pueden ser peligrosas.