Cradle to grave

Cradle to grave

En la planta baja del Museo Británico de Londres hay una sala que contiene un curioso montaje que pretende representar los eventos de carácter médico del británico medio del siglo XX cradle to grave, desde la cuna hasta la tumba. Para ello recoge el historial médico de un hombre y una mujer elegidos de manera caprichosa, sobre los que, a través de documentos, papeles de analíticas, recetas, fotografías y objetos diversos, se muestra una biografía de acontecimientos médicos más o menos graves y más o menos comunes a cualquiera de nosotros. El hombre, hipertenso, murió a los setenta y seis años a causa de una hemorragia cerebral, después de haber dejado de fumar a los sesenta y seis tras una neumonía. Durante los últimos diez años tomó tantas pastillas como en toda su vida anterior. La mujer murió a los ochenta y dos años, sufrió un cáncer de mama del que fue tratada con éxito y, al final de su vida, desarrolló una diabetes y una artritis aunque, en general, gozó de buena salud. Además de ser tratada de estas enfermedades, tomó píldoras anticonceptivas durante buena parte de su vida fértil y fue objeto de tratamiento hormonal sustitutivo durante la menopausia.

Aunque no he comprobado el dato, estoy seguro de que las edades a las que ambos sujetos murieron, 76 y 82 años, no son casuales y se corresponden o, al menos se acercan mucho, a la esperanza de vida media de los británicos y británicas a finales del siglo pasado.

El montaje está formado por una vitrina en la que, a ambos lados, se extienden los objetos y documentos antes comentados, mientras que el cuerpo principal está ocupado por una larga malla, tejida como una red de pesca en la que se incluyen pastillas en forma de cápsulas, tabletas y comprimidos de múltiples colores y varios tamaños y que dan vistosidad a la vitrina, atrapando la atención del espectador. Este montaje es una creación de los artistas Susie Freeman y David Critchley y la médica general, Liz Lee. Se exhibe en el museo desde 2003.

Esta curiosa vitrina es un espacio para la reflexión a través de una idea brillante. Simple, como muchas ideas brillantes, pero absolutamente contundente, precisamente por su simplicidad. El exhibidor contiene la friolera de 14.000 pastillas y ocupa más de diez metros de largo. Esas 14.000 pastillas suponen la cantidad de fármacos que el británico medio del siglo XX tomaba a lo largo de su vida, en este caso la representación no es caprichosa, sino el resultado de un promedio estadístico. La generación a la que corresponden es la de mis abuelos. Mis dos abuelas murieron relativamente jóvenes y, aunque una de ellas era consumidora habitual de aspirinas, no le dio tiempo, ni de lejos, a llegar a las 14000 pastillas, mis dos abuelos murieron muy mayores y muy poco medicados, creo que todos los fármacos consumidos por ellos en toda su vida me cabrían sin problemas en los bolsillos. Aunque probablemente por latitud, forma de vida o circunstancias históricas, sus biografías médicas no son extrapolables a lo que se representa en Cradle to grave, ello sí que me hace pensar en la multitud de británicos cuyos “pastilleros” ocuparían muchísimo más que diez metros de vitrina, quizá veinte, treinta o cincuenta.

Creo que la idea es brillante porque propone muchas interrogantes relativas a distintos aspectos de nuestra salud y calidad de vida. Desde el cuestionamiento de la fragilidad (o no) del estado que consideramos “salud”, hasta el papel del conocimiento científico y la tecnología en su aplicación biosanitaria, el uso o abuso de la prescripción, el papel de la industria farmacéutica y su verdadero peso como productora de objetos de consumo y muchas más facetas de la realidad poliédrica de la salud del individuo.

Creo que, en síntesis, y tras la primera lectura tras comprender la magnitud de lo que se expone en esta vitrina, puede haber dos reacciones contrapuestas: una negativa, la otra positiva. Habrá quienes se horroricen al confirmar sus sospechas sobre la medida desmesurada de la prescripción farmacológica en la biografía de una persona corriente, reafirmando su impresión negativa sobre el sistema. Otros se felicitarán por vivir un tiempo en el que, realmente, la Humanidad dispone de tales recursos para combatir la enfermedad y el disconfort de una persona corriente.

Lo que es innegable es el hecho de que la esperanza de vida en España cuando nacieron mis abuelos se situaba entre los cuarenta y los cincuenta años, cuando murieron estaba entre los setenta y los ochenta años.

Si algo nos ha enseñado el siglo XX es que las medidas de salud pública, los conocimientos biosanitarios y la tecnología, suponen una ayuda formidable para el bienestar y la salud del individuo. El gran desafío para el siglo XXI debería ser, sin duda, hacer llegar todos esos privilegios a quienes carecen de ellos, es decir, la mayor parte de los habitantes del planeta… desafortunadamente estamos muy lejos, no solo de conseguirlo, incluso de intentarlo realmente (la esperanza de vida hoy en el continente africano está 30 años por debajo de la europea).

En lo que respecta al mundo desarrollado, hemos aprendido en las últimas décadas que unos hábitos saludables (entre los que se incluye el deporte) nos ayudan a mantener el equilibrio de nuestra salud, sustituyendo a una buena parte de esa larga ristra de medicamentos.

¿Por qué no marcarnos el objetivo de que la vitrina de Cradle to grave tenga, a finales del siglo XXI, cinco metros en lugar de diez?

 

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