Aneto por Aigualluts

Aunque no lo parezca, el Aneto a medianoche.

Aunque no lo parezca, el Aneto a medianoche.

La meteorología condiciona muchas veces nuestra actividad montañera, poniendo límites a nuestros proyectos. La idea inicial de repetir un recorrido aproximado al de sus primeros ascensionistas al Aneto: Hospice de France, La Renclusa, Coll de Alba, Cregüeña, Coronas, Aneto y descenso directo a La Renclusa, Puerto de Benasque, Hospice de France (tres días y dos vivacs), terminó por convertirse en una ascensión express por Aigualluts. Breve, pero intensa.

Cuando Josu me comentó que le apetecía ir al Aneto en agosto, le dije que sí, pero puse mis condiciones. He subido varias veces este monte, siempre por distintas rutas, distintas vertientes, siempre vivaqueando o en el día. No me gustan los refugios. No digo ya un refugio en la ruta normal de uno de los picos más concurridos del Pirineo y en agosto…

A medida que se acercaban las fechas, los pronósticos se iban torciendo, finalmente disponíamos de unas horas de buen tiempo entre el mediodía del lunes y el del martes. Optamos por subir en bus hasta La Besurta y desde allí, por Aigualluts, dirigirnos a la balsa de Salterillo a vivaquear y subir al Aneto a primera hora.

Cuando tengo previsto madrugar mucho o vivaquear en el monte, me suelo fijar en la fase lunar que toca, teníamos luna llena, lo cual siempre se agradece. Lo que no sabía, o no llegué a relacionar, es que tocaba una “superluna”, llamada así por su mayor tamaño y luminosidad, debida a la coincidencia de la fase de luna llena con su posición orbital más próxima a la tierra, como nos han contado los periódicos estos días. La salida de la luna, mientras esperábamos en la oscuridad las estrellas fugaces de las Perseidas (vimos unas cuantas) en una noche clara, fue realmente espectacular. De pronto, toda la ladera Norte sobre nosotros, entre el Aneto y la Maladeta, se iluminó con una fuerza inusual. Aunque se estaba bien dentro del saco, la tentación era demasiado grande: apoyé mi compacta sobre una roca y me dediqué durante media hora a probar distintas exposiciones para sacar una foto del paisaje nocturno.

En aquel momento me arrepentí de no haber hecho una ascensión nocturna. Si, en lugar de vivaquear, hubiésemos tirado para arriba dejando allí las cosas, para volver a dormir a medianoche, hubiese sido una ascensión mágica, una experiencia diferente, con aquella luz espectral que proyectaba sombras casi tan definidas como las de la luz diurna. Además, de madrugada el tiempo se estropeó y la cumbre, por la mañana, no se dejaba disfrutar: niebla densa, frío, viento y mucha humedad. Pero bueno, así es la montaña…

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