Fatigados por las circunstancias cambiantes del terreno, a veces anegado, otras veces reseco durante semanas, sobreviven como pueden. En algunos la vida y la muerte comparten el mismo cuerpo, una rama desprovista y la otra repleta de hojas. La savia se retrae por los conductos resecos en la agonía, lenta e inexorable, a merced de los caprichos del caudal de agua. Las raíces no encuentran el anclaje seguro a su estructura. Un día la tempestad aliviará con el empuje de sus brazos poderosos la ingrata tarea de vivir. Como barcos naufragados, varados en la orilla, yacerán a la espera de que la podredumbre cierre el bucle recurrente de vida y muerte. Y el azar seguirá dictando su ley incontestable. Así es la vida en la frontera. Frágil y peligrosa.
(Árboles al borde del embalse de Yesa).
Da gusto leer todo ésto…texto, fotografía…llega a lo más hondo…
Gracias Rafa…
Gracias a ti, Miren, por el comentario.