Mientras caminamos abriéndonos paso entre la maleza, nos observan prudentes a cierta distancia, trabajando sin descanso con sus carrillos hinchados la bola áspera e indigesta de broza reblandezida. Al fondo, el sordo rumor del oleaje nos advierte de la presencia de un mar agitado. Descendemos hasta la orilla por este terreno de cabras marineras hasta alcanzar la base de la elegante arista por la que treparemos hasta la cima, junto al Faro de la Plata.
Hace más de un año Stig me comentó, mostrándomela desde San Juan, camino de Puntas, que estaban equipando una vía que recorría el marcado espolón de arenisca que cierra por el Oeste la bocana del puerto de Pasajes. Rápidamente mostré interés por la ruta y le pedí que me informara cuando estuviera transitable, faltaba algún informe favorable relativo a la nidificación de aves.
Hace tres semanas me envió el croquis, dando a entender que ya podíamos catar la vía. La cosa pasó rápidamente a la bandeja de “proyectos en lista de espera”… hasta que vi las fotos de Juancar en su blog. Si le echáis un vistazo entenderéis por qué.
Y aquí estamos, con una marejada de rompientes que nos salpican las orejas, buscando el acceso directo propuesto por Iñaki Zuza y compañía y que se antoja más lógico que una travesía expuesta sobre las olas, en artificial, para alcanzar el pie de la arista en el lugar en el que nace del agua. Tras un largo y pico desequipado, por terreno fácil pero sucio y algo descompuesto en algún punto, alcanzamos uno de los últimos parabolts del primer largo de la Gokyo. A partir de aquí la vía sigue la cresta por el filo, con un bonito largo de placa con agujeros típicos de arenisca y luego otro, muy bueno, con el paso más difícil de la vía para encaramarse por un canal ancho de agarres justos en el que hay que jugar un poco con la postura, para salir por una serie de bonitos tubos de una adherencia formidable. El resto de la vía sigue por la cresta, cada vez más tumbada y fácil, hasta llegar casi al mismo Faro de la Plata. Unos metros antes, un rapel a la izquierda nos dejará otra vez en el suelo, para salir de allí, de nuevo sumergidos en la maleza.
Creo que la vía merece la pena, y mucho, sobre todo por el contexto. El mar abierto a un lado y la ensenada que da acceso al estrecho paso del puerto de Pasajes al otro, forman un escenario de lujo que uno no se cansa de admirar. La vista abierta que supone siempre escalar en una arista se ve multiplicada en este caso por la presencia del mar.
He de decir que no me gusta mucho el mar. Soy más de secano, como las cabras, por muy marineras que sean. La escalada en el vecino acantilado de Arrantzales, por ejemplo, no me gusta. La presencia de las olas, rompiendo a escasos metros, me crea una sensación de malestar que no termino de quitarme de encima. En la Gokyo me pasó igual al iniciar la escalada, luego, a medida que ganas metros, vas dejando más lejos esa masa agitada que te envuelve, hasta que, a partir de un punto, pasa a ser parte del decorado, un decorado soberbio y a partir de ahí sí, a gozar con todos los sentidos… como las cabras con sus suculentas bolitas de hierbajos.