“Me siento como si me hubieran hecho partícipe de un secreto sórdido: ganar no cambia nada. Ahora que he ganado un Grand Slam, sé algo que se permite saber a pocas personas en este mundo: las victorias no nos hacen sentir tan bien como mal nos hacen sentir las derrotas, y las buenas sensaciones no duran tanto como las malas. Con gran diferencia.”
La lectura de “Open”, la biografía de Andre Agassi, me ha sorprendido y me ha emocionado a partes iguales. Relata el viaje vital de una persona a lo largo de la carrera deportiva de un personaje, su lucha por adaptarse a un destino decidido por otros y todos los conflictos que ello genera.
Más allá del apasionante relato sobre la vida de este deportista extraordinario que puso patas arriba muchos convencionalismos del “estirado” mundillo del tenis, el libro está lleno de lecciones sobre el deporte: sobre el papel de los padres en la formación de los jóvenes deportistas, sobre el sentido de la victoria y la derrota o sobre el verdadero valor de los rivales, no digamos sobre el “placer” o la “pasión” por la práctica del deporte.
No soy aficionado al tenis, aunque lo he seguido con cierto interés durante una época bastante extensa, la que va desde los grandes duelos entre Mcenroe y Jimmy Connors, de quien, por cierto, la lectura de “Open” nos confirma aquella vieja sospecha de que era absolutamente gilipollas, hasta, precisamente, el final de la carrera de Agassi. Hace unos meses oí en la radio de un comercio, mientras hacía la compra, un comentario sobre esta biografía del que me quedé con una frase llamativa: Agassi odiaba el tenis. La frase despertó mi interés por su lectura.
El relato sobre la infancia de Andre Agassi es tremendo, el papel implacable de su padre, empeñado en “construir” un monstruo del tenis a cualquier precio, nos lleva a reflexionar sobre las frustraciones personales que, a veces, tratamos de compensar a través de nuestros hijos, sobre la difícil tarea de compaginar la educación dirigida con la libertad de elección, sobre el sacrificio de la formación general frente a la específica y otros aspectos cruciales en la formación del individuo en esa época en la que las decisiones y la capacidad de maniobra no dependen de uno mismo, como la idea cuestionable de que el fin (económico) lo justifica todo.
Agassi se pasa la vida enfrentándose a sus rivales, uno tras otro, convertido en una máquina de jugar al tenis, una personificación del “dragón”, el aparato mecánico al que se enfrentaba a diario durante buena parte de su infancia en el patio trasero de casa. No tiene elección, igual que la máquina, “no sirve” para otra cosa. Pero, a diferencia de aquélla, alberga sentimientos… y una voluntad que le lleva a enfrentarse no solo a los rivales, también a sí mismo, en una búsqueda llena de tropiezos, de luces y sombras, de contradicciones: “No concibo que toda esa gente quiera parecerse a Andre Agassi, dado que yo no quiero ser Andre Agassi.”
Me gusta la interpretación descarnada y, en apariencia, sincera que hace de sus rivales a través de su forma de jugar. Esa lectura psicológica del juego, del momento, pero también de la personalidad de sus contrincantes.
Cuando Pete Sampras, compañero de generación y “bestia negra” de Agassi durante buena parte de su carrera, se retira, nos cuenta: “Yo me descubro profundamente afectado también. Nuestra rivalidad ha sido uno de los motores de mi carrera. Perder contra él me ha causado un inmenso dolor, pero a la larga también me ha vuelto más resistente. Si le hubiera ganado más a menudo, o si él hubiera pertenecido a una generación distinta, yo habría obtenido mejores registros, y tal vez me considerarían un jugador mejor, cuando en realidad sería peor.” Cuántas veces se descubre el deportista calculando, entregado a la aritmética del resultado, más que al análisis sincero de su desempeño. Cuántas veces da por bueno uno mediocre, siempre que el de sus contrincantes haya sido peor. Además de bucear en la controvertida personalidad de Agassi y acompañarle en su búsqueda, el libro nos enseña muchas lecciones valiosas para cualquier amante del deporte.
Una lectura entretenida y absorbente, muy recomendable, incluso para alguien a quien, como a mí, no le guste especialmente el tenis.