Revolotean persiguiéndose como criaturas animadas. Presagiando el frío que se avecina. El aire las mece dejándolas caer otra vez, suavemente. Amarillo, ocre, luz que se desvanece. Hay algo misterioso en la calle vacía, un aliento fatigado de siglos que dormitan en esquinas redondeadas. Hay un frío más profundo e hiriente que el que araña la piel. Un frío inmemorial de inviernos repetidos, llenos de voces que fueron y susurran en ese viento caprichoso y extranjero. Ladra un perro lejano y el viento, en respuesta, se enardece arrastrando con furia renovada las hojas amontonadas a mis pies.
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