Moncho fue un compañero de juventud que inspiró este pequeño dibujo. Una caricatura de la intolerancia y las maneras ásperas que descansa entre mi colección de recuerdos en forma de pigmentos sobre un papel.
Pero Moncho es mucho más, es ese lado oscuro, inmaduro y salvajemente posesivo que habita en el interior de cada uno, el monstruo que mantenemos encadenado en el patio trasero mientras tratamos de ahogar sus gemidos con la música que nos gusta, como en las pavorosas secuencias de “El clan”, tratando de convertir el horror de lo excepcionalmente cruel en una nausea cotidiana pretendidamente soportable.
El funcionamiento de las normas sociales, aquellas de la convivencia, nos obliga a atar en corto a nuestro Moncho despiadado y a valorar la razón de la justicia por encima de la pasión de la empatía. Es así como podemos convivir. Hace tiempo, un amigo me reprochaba el exceso de cortesía, me acusaba de estar más preocupado por las formas que por el fondo de las cosas. Estábamos cenando en la sociedad y yo le dije que sí, que tenía razón, porque opino que si tuviéramos que quedarnos solo con la materia prima que construye nuestros pensamientos, nuestra ideología o nuestras opiniones, nos levantaríamos de la mesa de inmediato, cada uno en una dirección, para no hablarnos nunca más, eran solo las formas lo que nos permitía estar allí, compartiendo amigablemente aquel momento de charla distendida y disfrutando de la compañía mutua durante muchos años de amistad. La verdad es que, además, detesto el pensamiento uniforme, no me gusta rodearme de gente como yo y encuentro una fascinación edificante en lo diferente, aquello que me hace replantearme, permanentemente, mis convicciones más consolidadas puestas en jaque.
El espíritu de Moncho impregna la política de quien ha gobernado con absolutismo desde una posición de fuerza al grito de “como puedo, hago”, el pulso entre el inmovilismo centralista y los órdagos nacionalistas, por ejemplo, parece estar también arbitrado por ese mismo espíritu. Pero es que, las redes sociales, convertidas en un espejo sociológico que refleja nuestra desnudez de pensamientos individuales sin intermediarios, están infestadas de Monchos dispuestos a lapidar al “rival” con cualquier pretexto, incluso sin el más mínimo gesto de contrición si el pretexto resultara finalmente equivocado. Llama la atención que, si la política es, según los clásicos del pragmatismo, el arte de lo posible, con las implicaciones que se derivan de ello en cuanto a capacidad de negociación y aceptación de la diversidad, se haya instaurado en nuestra política el espíritu de ese Moncho maximalista e intolerante.
Los resultados electorales del domingo y la complejidad de actuación que parece derivarse de ellos, quizá supongan una buena ocasión para tratar de enterrar a ese Moncho mezquino y arrogante o, cuando menos, de encadenarlo en el patio trasero por una temporada. Aunque solo sea por eso, me alegro del nuevo panorama de aritmética compleja en nuestra política. Como ciudadano, me gustaría que el talante de la negociación se estableciera en la práctica de la política y los exabruptos quedaran como aquella licencia retórica, expresiva e inesperadamente divertida, “¡Váyase usted a la mierda!”, del genial e irrepetible Labordeta.
Suscribo tu reflexión, Rafa. Eskerrik asko!
Pragmatismoaren aldeko aldarrikapena zuk egiten? Adinak beste norabide bat hartzera behartu zaitu? Inkonformismo guayistaren alde ote zaude? Gustura hartu duzula hausteskunde emaitzek eman duten konplejitatea? Demokrazioa formalistaren zale amorratua bihurtu zara? Berriro ere nazioanlista batzuen aipamena eta besteena ez egiten jarraitzen duzu? Gauza batzuetan hau ez da nere Rafa; sokakide bezala alde batera utzi beharko zaitut! Jejejeje. Muxu bat