Mi mundo es una bola de nieve con un horizonte de árboles nevados en la distancia, un horizonte que huye, se aleja a mi paso mientras viajo sin rumbo por el simple placer de deslizar, de escuchar el sonido suave de mis esquís al avanzar.
Filomena se ha vuelto loca, como yo, y corretea también sin sentido, compartiendo conmigo este gusto tonto por ir a ningún lado, aplicándose en ello con entusiasmo. Es la compañera perfecta. No hace preguntas, no conversa, no me distrae. Me entiende y se muestra conforme con nuestro pacto de no hablar.
Ambos disfrutamos de esta soledad compartida. Avanzamos por nuestro mundo perfecto y silencioso. A veces velozmente sin tener prisa, a veces esforzándonos en la pendiente sin tener necesidad. Prisa y necesidad son conceptos que han resbalado de la superficie de esta esfera perfecta perdiéndose en el abismo más allá del bosque.
Esquío en una dirección y Filo corre en la contraria, no sé quién llegará antes al final… Pero ¿no es la de una esfera una superficie sin límites? Vayamos a donde vayamos en este viaje interminable, nos volvemos a encontrar una y otra vez en ninguna parte.
Siempre. Por mucho tiempo.