No es Sorolla uno de mis pintores preferidos, aunque admiro sin duda su manejo magistral de la luz y la luminosidad de sus cuadros. Y la razón no es otra que la elección de los motivos que pinta. No me gustan mucho las escenas familiares ni los niños bañándose en la playa, pese a que reconozco la fuerza extraordinaria con la que los representa.

A mí me gusta el paisaje, especialmente el paisaje del interior, lejos del mar y, sobre todo, los paisajes de montaña.

Saber que el Museo Sorolla reúne una serie de obras del pintor en una exposición bajo el título “Sorolla tierra adentro” es un buen motivo para acercarse, si se tiene oportunidad, a la acogedora casa del pintor.

Me ha gustado el conjunto, pero hay cuatro obras que me han impresionado. Todas representan paisajes sin figuras, grandes espacios con montañas lejanas y la elección de la luz y la forma de representarla es en todas ellas espectacular. Antes de entrar en la sala me he “tropezado” de frente, a través del vano de la puerta, con un paisaje coronado por unas nubes de tormenta amenazadoras sobre las cumbres de Peñalara desde la vertiente segoviana, con un primer plano de campos dorados y luminosos. Un contraste que me ha dejado mudo antes de entrar. Los cuadros que le acompañan en ese rincón juegan también con los mismos contrastes: el arco iris, una vista invernal de la sierra en la que el juego de luces es inverso a los anteriores y el Guadarrama nevado sobre los campos ocres (este con una luz más plana). Esos cuatro cuadros han merecido ellos solos la visita… con creces.

Además, me ha encantado el almendro en flor, un cuadro de pequeñas dimensiones, realmente delicioso, y los pequeños apuntes y bocetos que lo acompañan.