
Peña Rueba
Este invierno pasado adquirí el compromiso de visitar Los Mallos con Miren y Carlos. La propuesta inicial fue la de hacer la vía “Los terceros también existen”, en Peña Rueba. Luego, a medida que le fuimos dando forma a la salida, surgió la idea de escalar también en Riglos y dije: bueno, ¿y por qué no visitar también Peña Agüero?
Así que les propuse un plan que incluyera una escalada en cada uno de los tres característicos macizos de conglomerado por sus vías más asequibles, un plan que, sin excesiva complicación, sirviera para conocerlos… y disfrutarlos. Una especie de “Menú degustación” como el que proponen algunos restaurantes y que, sin empachar, sirve para conocer lo más representativo de su cocina. Cumplir la primera premisa, la de no empachar, es un asunto delicado y muy importante para gente que practica la escalada de forma esporádica, así que había que dibujar bien el plan.
Hace diez días se nos iba todo al garete cuando vimos que los pronósticos anunciaban 36 grados para el sábado y 38 para el domingo. Afortunadamente, la situación cambió y el fin de semana ha habido unas condiciones casi inmejorables para escalar. Andoni me había llamado unas semanas atrás pidiendo auxilio para escapar de Hernani durante los sanjuanes, así que se sumó también a la salida.
El viernes por la noche, bajo la tormenta, aparcamos la autocaravana al pie de la cara sur de Peña Rueba, madrugamos un poco y, en una mañana absolutamente despejada, hicimos la primera vía del fin de semana, “Los terceros también existen”, a la sombrita y con el lujo impagable, en Murillo a finales de junio, de tener que ponernos el jersey. Vía disfrutona donde las haya, en la que nos distribuimos en dos cordadas: Carlos con Andoni y Miren conmigo. Ver la cara de felicidad de mi compañera de cuerda en la vía es una de las mayores satisfacciones que he sentido como escalador desde hace bastante tiempo, estaba seguro de que iba a ser así. Lo siento, Andoni, a ti te tengo muy visto…
Llegamos arriba temprano, sin prisas y, cosa rara, solos en la vía y prácticamente en toda la vertiente de Peña Rueba. Picamos algo, nos quitamos los jerseys y, tras media hora larga en el vértice del Mallo de La Mora, charlando y disfrutando del lugar, bajamos por la ferrata a por la cerveza fría que nos esperaba en el coche. Un placer.
Como el calor apretaba al mediodía, buscamos sombra (y baño) a la orilla del río, esperando a que pasaran las horas más calurosas para afrontar el segundo objetivo del día.

Riglos
Al caer la tarde nos dirigimos a Riglos para hacer la “Normal” a la Aguja Roja. He escalado varias veces este esbelto torreón, el más alejado de los mallos pequeños de Riglos, por distintas vías, en realidad es el único de los pequeños que conozco, y me encanta. Celebré en su cima mi 40 cumpleaños hace ya unos cuantos, en compañía de Andoni y después de subir la Normal en un día helador. En realidad entramos por una variante un poco más dura con un desplomillo de sexto donde no sentíamos los dedos y se nos hizo especialmente duro. El rato en la aérea cima de esta aguja, saliendo al sol, fue uno de los regalos de cumpleaños que recuerdo con más afecto. Fue perfecto para estrenar la cuarentena.
Miren y Carlos conocieron la “atmósfera” especial de la escalada en Riglos en un atardecer en el que, a medida que nosotros ganábamos altura y el sol la perdía, un viento puñetero iba ganando fuerza hasta dificultar nuestra comunicación y agitar las cuerdas, creando cada vez más tensión y haciendo más severo el ambiente.
Visita exprés a la cima y a rapelar tiritando para bajar hasta la furgo con las últimas luces, buscando el camino hasta el bar «Los Mallos» de Murillo. Allí, los huevos fritos nos devolvieron la sonrisa que habíamos perdido entre los bolos rigleros.
Esa noche descubrimos junto al pueblo de Agüero una nueva modalidad de Gin-Tonic (que no dudo que ya estará inventada): se nos olvidó pedir un limón en el bar y lo aliñamos con una cereza y un leve toque de zumo de cereza. Estupendo, oye… y sofisticado. Tras las batallitas, a dormir a pierna suelta.

Peña Agüero
El domingo, sin madrugar en exceso, nos dirigimos a la cara este de la Peña Agüero para escalar “Tierra de Naide”, una entretenida vía de cinco largos abierta y equipada hace pocos años por Julio Benedé y su gente. Un par de largos de quinto y un paso de quinto sup obligado, sobre roca estupenda en general y en un paraje donde no había un alma. El colofón perfecto para un precioso fin de semana. El tiempo también nos acompañó, cubriendo el cielo de unas nubes protectoras y evitando el bochorno. Miren, satisfecha con la ración de escalada de la víspera, prefirió dar un paseo rodeando la Peña.
Ha sido un fin de semana de diez, compartiendo con amigos las cosas que nos gustan: la vista del alimoche describiendo círculos a nuestros pies, el tacto acogedor de un buen agarre en el momento apurado o el regreso al suelo tras un rapel zarandeados por el viento, el frescor gratificante de un baño tras el esfuerzo y la conversación alrededor de un buen plato campesino.
Es la vida loca que tanto me gusta…
Rafa, precioso articulo para un fin de semana para mí inolvidable…el tocar esas paredes de Riglos era algo con lo que soñaba en mi corta vida de escalada…, y además añadiendo Peña Rueba y Aguero ni te cuento, la realidad ha superado con creces lo que esperaba, vuestra compañía de 10, ¡sois unos cracks!, mila esker bioi guztiagatik!!
Gracias a vosotros Miren, no hay mayor felicidad que compartir aquello que nos gusta. ¡Repetiremos!