Canto a una flor

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Me esperabas en un rincón sombrío del bosque, al lado de casa, entre la hierba crecida de una primavera húmeda, entre nieblas que se disipan dibujando jirones que corren por las aristas de caliza sobre mi cabeza.

Te conocí en el tiempo perdido, cuando nuestras miradas embelesadas se cruzaron en un lugar lejano, ese en el que el rubor adolescente impregna cada gesto del color de lo absoluto, de lo imperecedero.

Te busqué sin descanso por tierras remotas, pregunté a viajeros y mercaderes, estudié legajos y documentos que me llevaron de aquí para allá, con la esperanza vana de reproducir la magia de aquel encuentro.

Sin éxito perseguí indicios hasta convencerme de que el recuerdo sería, seguramente, el único alimento de mi consuelo. Construyendo entretanto, en mi memoria, un espejismo de colores y voces de fantasía.

Esta mañana, al vernos en aquel recodo del camino, inesperadamente, nos ha poseído el mismo arrebato adolescente. Nuestras miradas se han cruzado destilando el mismo deseo, la misma pasión irrefrenable.

Te he visto bella, deseable. Tanto como aquella primera vez. Creí que, después de tan largo trayecto recorrido, tantas noches de soñarte, el polvo de los caminos habría apagado de mi mirada la frescura necesaria.

Estabas ahí, frente a mí. Habías venido a buscarme correspondiendo a aquel deseo tan lejano. Para perpetuar aquel lazo invisible, cerrando el círculo de luz brillante que ha alimentado mi vida sin apagarse.

Todavía hay esperanza…

(Lilium pyrenaicum. Flor de Lis, Azucena del Pirineo en Aralar)

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