Un voluntario es una persona que comparte tus aficiones, muchas veces en grado superlativo. Un apasionado, vamos. Alguien capaz de levantarse por la mañana cinco horas antes que tú y trabajar como si le pagasen un sueldo. Con más mimo que muchos a los que se les paga un sueldo.

He visto a voluntarios, de madrugada, trabajar bajo la ventisca a varios grados bajo cero, de rodillas en la nieve, tratando de desanudar con las manos entumecidas el ovillo de cuerdas de una pancarta dentro del círculo de luz de su frontal. Les he visto pasar las horas, quietos en su puesto hasta que pase el último esquiador, en un collado azotado por el viento.

Les he visto ofreciendo, además de un vaso de agua, unas palabras de ánimo y una sonrisa al atleta anónimo, asfixiado por el calor, que pasa corriendo entre la muchedumbre después de mucho tiempo en el puesto.

Les he visto la víspera de la carrera, la antevíspera, o muchos días antes, preparar dorsales, reunir botellas de agua, discutir estrategias, plantear propuestas… para que el día de la prueba a los corredores no nos falte nada. Ponerse en nuestro lugar una y otra vez imaginando nuestras necesidades o los imprevistos que puedan surgir.

Esta foto la saqué el año pasado en las inmediaciones de la cima de Collarada, a más de 2800m. El voluntario, que lleva ahí varias horas después de subir el monte y tendrá que estar todavía alguna más, advierte al enésimo corredor para que preste atención al escalón de roca que va a tener que saltar. La zona es un descenso delicado de roca escarpada donde la organización instala varios pasamanos y coloca voluntarios en los puntos peligrosos. El día era bueno, aunque a la sombra, parado, se termina pasando frío a esa altitud. Si el día hubiese sido desapacible y lluvioso o el viento hubiese azotado, ese voluntario hubiese estado ahí igualmente, con la misma buena cara. Seguro que el que no estaba, era yo.