
Parte del grupo en la cima del Yelmo.
El pasado fin de semana vivimos una experiencia montañera inolvidable, un grupo de escaladores del Club Vasco de Camping compartimos dos magníficas jornadas en La Pedriza junto a un grupo de la RSEA Peñalara, tomando como base el refugio Giner, propiedad del veterano club madrileño.

Placas en el Platillo Volante.
Nunca había escalado en La Pedriza y, tanto el lugar como la particular técnica de escalada en esas lisas placas de granito, me sedujeron absolutamente. Para nosotros, acostumbrados a tirar de brazos en el canto neto de la caliza o a arquear en las ñapas, resultaba todo un misterio la habilidad de nuestros hermanos pedriceros para moverse, rápidos y livianos como ardillas, por esas lisuras, palmeando y apoyando los pies sin titubeos. Como nos decía Ángel, “tú pon el pie donde decidas, aprieta y para arriba, aprieta y para arriba, no te pares”. La verdad es que, cuando la técnica parece empezar a funcionar, al cabo de tres o cuatro pasos te das cuenta de la lejanía del último seguro y las posibles consecuencias de la pérdida de ese precario equilibrio. Entonces te paras y todo empieza a ir de mal en peor, hasta que te “deshaderencias”. Es curioso, parece ser que ese movimiento hacia adelante, como la inercia de la bicicleta, es lo que te ayuda a sostenerte.

En el Yelmo
Iñigo y yo hicimos cordada con Ángel Santamaría, “El Niño”, que nos condujo por los riscos de La Pedriza con la destreza propia de quien ha sobado con las palmas de sus manos aquella áspera roca durante décadas. Edu y Joanes fueron con Cristina y Xabi y Jon, con Manu primero y después con Toti. Todos juntos hicimos el sábado la Sur Clásica al Pájaro, disfrutando como niños de una vía extraordinariamente elegante, con pasos muy variados y una roca noble (aunque un poco pulida en el primer largo). Nos reunimos en la cima para pasar un poco de frío y bajamos juntos a comer al pie de este emblemático risco. Y juntos nos fuimos también hasta el Platillo Volante, donde sufrimos (a la vez que gozamos) en unas interminables placas donde no había forma de agarrar nada, ni siquiera un mísero garbanzo. Al día siguiente, más placa: todos al Yelmo. Una idea magnífica la de escalar cada cordada por una vía diferente para juntarnos los veintitantos en la cima. A nosotros nos tocó la “Voz de trueno” y, francamente, el primer largo nos dio la risa. Luego ya, gozamos a tope.

La Sur clásica al Pájaro.
Pero, por encima de la experiencia escaladora de hacer nuevas vías, en un paisaje diferente y con una técnica tan particular y extraña para nosotros, para mí, y creo compartir el sentimiento general, la experiencia a nivel humano ha sido lo más extraordinario. Hemos tenido unos anfitriones que se han desvivido por nosotros, nos hemos sentido cuidados, acogidos; hemos aprendido, nos hemos reído, hemos compartido experiencias y recuerdos… hemos saboreado la vida en la montaña, en definitiva, con el aliño más sabroso que uno pueda desear, el de la amistad.
Por la noche, contando historias de montañas lejanas, detalles de aventuras pasadas, dos escaladores se reencontraron treinta años después. ¡No jodas! ¿Eras tú? ¡Sí claro!… Era 1986, en la vertiente Sur del Aconcagua. Después de muchos pasos dispersos por la vida, El Niño y Juancar volvían a encontrarse al amparo de un roquedo.
Rematamos la visita con una comida en Soto del Real, a la que nos invitaron los madrileños y el tiempo se empeñaba en pasar demasiado deprisa, dejando los planes de futuro apenas hilvanados… habrá tiempo.
La RSEA Peñalara y el Club Vasco de Camping firmaron un convenio de Hermanamiento en 2015, este primer encuentro de escaladores ha sido nuestra tercera salida juntos. No será la última, seguro.

Bajando del Yelmo por la Valentina.

Todo el grupo en el Refugio Giner al atardecer.