Hace dos veranos disfruté en Chamonix de una exposición de pintura muy especial (al menos para mí). El Museo Alpino recogía una colección de obras propiedad del Alpine Club de Londres. Pinturas que reflejan la evolución del alpinismo a lo largo de casi dos siglos, incorporando el montañismo como tema protagonista a una de las bellas artes.
Esta versión “erudita” del montañismo contrastaba con el ambiente frívolo de tiendas abarrotadas, visitantes en busca de experiencias de turismo activo y colas en las taquillas del teleférico. El silencio de sus salas invitaba al recogimiento en el museo y a un disfrute pausado, creando una sensación extraña de actividad fuera del tiempo o de entretenimiento casi anacrónico. No había nadie más visitando la exposición. Nadie se pegaba por disfrutar de aquellas magníficas obras de arte.
No sé si con la literatura de montaña pasa algo parecido. Cuando yo era chaval y mi afición montañera iba tomando forma, nuestro modo de acceder al conocimiento de las grandes gestas montañeras de Herzog, de Terray, de Hunt, referentes de la época, era la lectura de sus relatos. Relatos cargados de épica, sostenidos apenas por cuatro fotografías en blanco y negro que hoy consideraríamos en general de baja calidad. El lirismo de algunas narraciones se abría paso dibujando las emociones y sentimientos que despertaban nuestro apetito montañero.
Igual no son buenos tiempos para la lírica y la épica ha sido sustituida por esa otra épica chunga de apuestas en plazas de toros o realities en islas desiertas, que dan a nuestros héroes montañeros la celebridad y el dinero que la actividad puramente montañera les escatima. La cosa es que tengo la impresión de que, más allá del último vídeo gopro patrocinado (si puede ser, de no más de cuatro minutos) de la “locomotora alpina” de moda, nada hay en la actividad de los montañeros punteros que nos enseñe, nos inspire o nos conmueva, que sea digno de ser relatado mediante la palabra escrita, ¡qué coñazo, oiga!, ¡qué pérdida de tiempo! Si lo hay, desde luego, está lejos del foco de interés de la mayoría de los practicantes de deportes de montaña.
Así que hablar de literatura montañera se me antoja también un poco anacrónico o, como digo, fuera del interés general.
Viene esto a cuento porque este jueves, en el Club, se presenta un libro sobre literatura de montaña, “Mendi literatura”, resumen de la tesis doctoral de Haritz Monreal, socio del CVCE. No voy a hacer aquí una crítica ni una reseña sobre una obra cuyo contenido académico escapa completamente a mis limitados conocimientos. Lo que sí me gustaría es hacer una invitación a escuchar a Haritz este jueves, porque creo que merece nuestra atención. Estoy seguro, hojeando el libro, de que a lo largo de la charla nos descubrirá aspectos fascinantes sobre el cómo y el porqué nos hemos sentido atraídos por las montañas.
Conozco a Haritz desde hace unos años, coincidimos de vez en cuando en Santa Bárbara, él a veces escala solo, trajinando arriba y abajo con sus cuerdas en silencio. Hace tiempo, entre nuestras conversaciones intrascendentes se coló alguna mención hecha por Andoni Arabaolaza a la literatura de montaña. Vi que, además del brillo súbito en los ojos, el conocimiento que demostraba delataba un interés inusual de Haritz por el tema. Andoni me informó después sobre el contenido de la tesis doctoral que estaba preparando (podéis ver aquí la entrevista que le hizo hace unas semanas para las páginas de montaña del diario Gara).
El libro que presentará el jueves en el Club es un resumen de esa tesis, un libro más digerible para aquellos profanos que tratamos de compensar nuestro desconocimiento con la curiosidad por la montaña y la simple afición a las buenas lecturas. El hecho de que alguien dedique su esfuerzo y su conocimiento a la tarea de investigar sobre algo que toca a la comunidad montañera hasta ese punto, es un privilegio que se nos ofrece y cuyo disfrute no podemos desaprovechar. Yo, desde luego, no me lo voy a perder, estaré en el Club el jueves a las siete de la tarde.
Nos dice Haritz que «Por la montaña han pasado profetas, en la Antigüedad, bajando del reino de los dioses para transmitir mensajes reveladores; naturalistas, en el Renacimiento y en la Ilustración sobretodo, para conocer y describir la naturaleza; a partir del Romanticismo, el poeta, en busca de inspiración o intensidad de sentimientos; exploradores, con la finalidad de conseguir el territorio; filósofos, para conseguir transcendencia; sabios, para interpretar la parte material y espiritual del territorio; mujeres, para dar visibilidad a las injusticias que padecen en la sociedad; escaladores, buscando el honor de la nación o el suyo propio; montañeros, alpinistas y escaladores modestos, para disfrutar de la aventura y naturaleza. Todo eso lo descubrirás en el libro»
Como dice la canción de Aute, “Todo, todo, todo está en los libros”, lo que somos (también como montañeros) y por qué lo somos.
Kaixo Rafa!,
me dio mucha pena no haber podido ir el jueves a escuchar a Haritz, la verdad es que este tema siempre me ha interesado…apuntado ya este libro para echarle una ojeada, sin duda…
Aio!!