El viernes tuve la suerte de ver “Mountain”, dentro de la sección Savage Cinema del Festival de Cine de San Sebastián. Una película ambiciosa y sorprendente, que se sale de la norma en el panorama del cine montañero. La lectura de las “Montañas de la mente” me dejó un magnífico sabor de boca hace un par de años y saber que Robert Macfarlane intervenía como guionista me motivaba a ver la película. Afortunadamente, un ángel de la guarda me consiguió una entrada que yo, en mi línea habitual de dejadez, había perdido la oportunidad de comprar.
Digo que la película es sorprendente porque la idea del proyecto parte de la Australian Chamber Orchestra con la propuesta de que la música se convierta en armazón fundamental de la misma y digo que es ambiciosa porque no pretende contar la historia de una ascensión o una actividad concreta, ni siquiera hacer un repaso de la historia del montañismo o de su evolución, sino nada menos que indagar en lo que se esconde tras esa atracción, a veces enfermiza, del ser humano (o de algunos seres humanos) por las montañas. Ahí es nada.
Decía su directora, Jennifer Peedom, al finalizar la proyección, que la edición había sido muy trabajosa para seleccionar el material a partir de 2000 horas de grabaciones. Durante la película, el espectador habitual de cine de montaña reconocerá muchas de las imágenes procedentes de cintas muy celebradas del género. Estas van combinando con la música de una manera magistral, creando una tensión dramática que hace la cinta entretenida sin necesidad de nada más, a pesar de su metraje (74mins).
La película se convierte así en una experiencia sensorial: toca acomodarse en la butaca y disfrutar de las emociones que esa combinación de imagen y música despierta en nosotros. Serenidad, miedo, vértigo, asombro, deseo y algún que otro sobresalto. Además, la voz en off de Willem Dafoe nos conduce, a través de su narración, por un recorrido argumental de la película que resulta casi superfluo, aunque consigue no interferir con esa otra percepción placentera, es más, probablemente nos ayuda a tomar un respiro de vez en cuando, consiguiendo un equilibro a priori difícil, que se resuelve de manera brillante. De todas formas, si queremos ahondar en el discurso de la película, el libro de Macfarlane, cuya lectura recomiendo vivamente, sí que consigue penetrar en los entresijos de esa fascinación por las montañas que se apunta y mostrarnos, a través de una lectura absorbente, la evolución del significado de las montañas en la imaginación del ser humano a lo largo de la Historia.
No sé qué efecto puede causar Mountain en un espectador ajeno a la montaña, a quien también va dirigida la película. Es un aspecto que no me siento capaz de valorar. Me hubiese gustado no ser montañero durante esa hora y cuarto, además de no haber visto nunca a Honnold sobre la repisa en el Half Dome o a Uli Emanuele volando con los hombros encogidos para no golpear las paredes. Ver por primera vez esas imágenes a vista de pájaro de abismos por los que corre la avalancha o identificar de repente a dos puntitos perdidos en la inmensidad de una pared, creo que podría ser algo aterrador.
La película estará en la próxima edición del Bilbao Mendi Film Festival. No me importaría volver a verla, quizá, amortiguado el efecto impactante de sus imágenes y de la música, podría centrar mi atención en la narración. O igual no…