A veces los recuerdos quedan esculpidos en la memoria. Grabados como un bajorrelieve sobre la materia que nos constituye, perduran y nos dan forma.
Preludio
Pienso en las cosas simples. Acabo de apagar la luz con el convencimiento de que me espera una buena noche de descanso tras el viaje. Me cubro con la manta. La ventana abierta de par en par deja correr el aire fresco de la montaña. El silencio es total. Las lucubraciones, las dudas, los pensamientos negativos, están aislados en algún lugar inaccesible o diluidos en el pozo de las cosas intrascendentes. Desde esta perspectiva, las curvas se suceden sin sufrimiento, una tras otra, bajo un cielo radiante sustentado sobre ciclópeas columnas surcadas por glaciares.
Las veintiuna páginas
Cada curva es una página de un libro que cada cual lee a su propio ritmo: allí está Fausto Coppi, está Thibaut Pinot, y estará pronto Geraint Thomas. Por época, por referente y por afecto, yo me reservo la de Fede Etxabe antes de seguir ganando altura página a página sobre el valle, en una cuenta atrás que comparto dentro del trajín de cicloturistas, moteros y coches que suben y bajan sin descanso. Hay un exceso que me aturde en estas primeras pedaladas alpinas, entre el merchandising y el culto reverencial, entre el postureo frívolo y el recogimiento íntimo propio del esfuerzo. El porcentaje agobiante de las rampas de asfalto contribuye también. Tras disfrutar (lo reconozco) del barullo festivo, huimos hacia el col de Sarenne, buscando el descenso revirado y vertiginoso que nos adentra en el bosque y las aldeas de montaña a través de un paisaje detenido en el tiempo.
Los abrazos
Rueda con rueda, acompasamos el ritmo de nuestro pedaleo ganando cada metro de este puerto interminable. Como hace veinticinco años, avanzamos juntos en silencio, impresionados esta vez por la belleza del entorno, disfrutando de una compañía que hace tiempo que dejó de necesitar de palabras para entenderse. Me emociono como un colegial pegado a esa rueda amiga mientras La Meije asoma su cabeza atormentada tras el estrecho collado. Al llegar, La Barre nos recibe hospitalaria, una dama vestida de blanco luminoso, dueña del horizonte. Nos abrazamos con el sentimiento intenso de haber materializado un deseo pero, sobre todo, celebrando una amistad que resiste el paso del tiempo, viajando por los paisajes cambiantes de la vida.
Las mujeres
Un maillot rosa sale de uno de los restaurantes junto a la carretera, donde esta se empina definitivamente con rabia aniquiladora. Me mira de arriba a abajo calibrando mi aspecto y mi ritmo y decide ponerse delante a menear su rubia coleta. Se equivoca. Me pongo a su rueda hasta alcanzar otra coleta, también rubia y de vaivén igualmente seductor, que circula un poco más adelante embutida en un colorido maillot con una bandera noruega. Hablan entre ellas en un idioma extraño. Voy a gusto en su compañía, pero no es mi ritmo. Aprieto un poco y las dejo atrás para seguir mi camino. Tres horas más tarde, mientras nosotros buscamos desde el coche una sombra en la carretera, nos cruzamos con el pedalear redondo del maillot rosa en una larga recta, de las que sabotean el ánimo a esas alturas. Un poco más tarde pasa la bandera de Noruega, boqueando para coger el aire que esas últimas pedaladas le exigen. Bajo un árbol enorme que nos protege del sol inclemente, damos cuenta del contenido de la bolsa frigorífica. Es evidente que cada cual coge su propia medida a la montaña.
Los chavales
Cuando la carretera se empina, la ardilla mueve las caderas. Cuanto más se empina, más grácil y ligero es el movimiento y, al poco, desaparece tras la siguiente curva. Los chavales circulan en otra dimensión y nos dejan, a nuestro ritmo cansino, rumiando el placer sublime de pedalear sobre el lomo de uno de estos gigantes. Poco a poco, nosotros poco a poco. El otro sube el Galibier, baja al Lautaret, vuelve a subir y vuelve a bajar por nuestra vertiente para acompañarnos en los últimos tres kilómetros. No se quiere perder la foto de postureo en nuestra compañía. Todo un detalle. Cuando en los anocheceres en la terraza, mientras el agua de la cazuela bulle expeliendo los aromas previos a la cena, nos reunimos con una cerveza y la conversación nos lleva, inevitablemente, a mil historias de bicicleta, el tercero nos ilustra con los datos precisos del historiador. Da igual la época, da igual el contexto o la disciplina. Si quieres saber los porcentajes de cualquier puerto, los ganadores de cualquier carrera, el desarrollo de las bicis del récord de la hora o quién se cayó hace veinticinco años en tal puerto de los Pirineos, pregúntale a él. Nos llevamos a casa la experiencia de convivir con ellos y ver sus caras de satisfacción en cada puerto. ¡Impagable!
Las penalidades
Estamos en la Casse Désert, disfrutando del desolado paisaje que hemos visto tantas veces en el Tour, tras pasar las penalidades de los anteriores cinco kilómetros que ganan altura sin contemplaciones por la ladera boscosa. Un momento… ¿penalidades?, ¿he escrito penalidades?, después de una semana dando pedales, nuestras piernas se mueven solas buscando su ritmo, mientras contemplamos el verdor del magnífico valle de Arvieux con las montañas cerrando el horizonte. “Penalidades” es un término asociado al ciclismo que se me ha colado con la inercia de las cosas no meditadas. Penalidades hay cuando se hace esto por obligación, o cuando el cuerpo se resiste o el agotamiento te deja tirado en la carretera con la mochila ingobernable del desfallecimiento. Nada de eso es aplicable en nuestro caso y, al placer de transitar por estos parajes, de recorrer estos kilómetros cargados de épica ciclista, se une el placer de esforzarse hasta jadear, buscando un poco más solo por el placer de exprimirse.
El trueno amigo
Según lo planificado, un trueno apoteósico nos despierta puntual, a las siete de la mañana, mientras la lluvia golpea con fuerza el tejado de nuestra cabaña. Nos damos media vuelta, arrebujados en el calor de nuestras sábanas. Afuera en el camping todo está en calma, no hay preparativos para las salidas ciclistas como todos los días. Solo en alguna tienda suenan cremalleras: sus ocupantes comprueban bajo el aguacero que todo esté bien instalado. Es el momento en que cada uno repasa mentalmente sus vivencias en el Alpe d´Huez, en la Sarenne, en Les Deux Alpes, en la Croix de Fer, el Ornón, el Parquetout, Telegraph, Galibier, Solude, Izoard… al ritmo del furioso aguacero. Hoy será día de mus y colada, con un poco de suerte de piscina y de celebración con los chavales dando cuenta de una buena pizza en algún restaurante de Le Bourg d’Oisans. Mañana, si el tiempo nos deja, podríamos aprovechar el día en la Madeleine o en el Glandon, alguno quizá en los dos, y si no, no pasa nada, tendremos una buena excusa para volver…
Maldaren gogortasuna, helmugaren poza, bidearen edertasuna, paisaiaren erraldoitasuna… eta lagunartea: lagunarte gozoa, heldua eta gaztea, aberasgarria, asegarria. Nekea eta atsedena, solasaldi atseginez osatuak. Oroitzapen ahaztezina. Ez nukeen amestuko bizikleta berreskuratzeko modu bikainagorik. Eskerrik asko, Beñat, Manu, Josu eta Rafa.