Lecciones de montaña

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Manu en la exigua cima del Torreón de los Galayos

El fin de semana pasado viví una bonita experiencia escalando con mi hijo en La Galayada, la reunión de escaladores que mis amigos Ángel y Rafa organizan en aquel magnífico lugar de esbeltas agujas de granito.

Ahí estamos, dale que te pego en la Sur al Torreón de Los Galayos, padre e hijo. Y yo casi no me lo puedo creer. Después de decirle a Manu cuando volvió a casa al inicio del verano que, si quería escalar algún día, estaba dispuesto a acompañarle, obtuve como única respuesta un ambiguo gesto de afirmación, un “vale, ya te he oído”.

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En plena faena.

Soy un padre consentidor, creo que las lecciones más provechosas son las que aprendes por ti mismo, así que intento interferir lo menos posible en las decisiones de mi hijo, lo he hecho siempre así. Después de haber escalado tres veces en toda su vida, me dice que quiere ir a Los Galayos, a practicar una escalada que es vertical de narices y de autoprotección: “¿A Los Galayos?”, “Sí, sí, con vosotros voy tranquilo, me fío…”. Lo comento con Ángel y, en vez de disuadirle, propone subir al Torreón en dos cordadas: él va por delante, con Manu de segundo, y yo detrás de primero con otro chaval, de forma que pueda ir ayudando a Manu con mis indicaciones, pegado a él.

Creo que la víspera, cerca del Nogal del Barranco, dormí peor que Manu, dando

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Ángel Rituerto nos hizo esta foto llegando a la cima desde la Aguja Negra.

 vueltas en el saco y pensando en cómo se iba a desenvolver en aquel granito vertiginoso y de pasos atléticos, en la cara que se le iba a quedar cuando se asomara a la estrecha cima antes de iniciar el rápel. Y eso que todavía no sabía que, mientras esperábamos a que el lugar se despejara de gente, allí arriba, me iba a preguntar: “Aita, ¿cómo se rapela?”, “Pero… no me dijiste que ya habías rapelado?”, “Sí, pero no me acuerdo”. Lecciones de montaña sobre la marcha.

Subimos por la Sur, una estupenda vía que va buscando las fallas de la pared para, a través de una sucesión de fisuras y diedros, encaramarse a lo más alto. Yo me até con Nico, un joven madrileño al que no conocía y que vivía con ilusión el reencuentro con la escalada, especialmente con esta escalada de montaña, tras haber practicado hace años con su padre, cuando era chaval. Nico conserva sin problemas la gestualidad de la deportiva, y se desenvolvió como pez en el agua, resultando un compañero resolutivo y atento: disfruté mucho de su compañía y espero volver a escalar algún día con él, ¡me encantaría! En cuanto a Manu, solventó sus carencias técnicas con mucho temple y paciencia: “pon el pie aquí, agarra ese canto lateral, mete el cuerpo…” y sobre todo “mírate los pies”, “fíjate en los pies”, “mira donde apoyas los pies”, “sube ese pie”… ¡dichosos pies!

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Manu, Ángel y Nico esperando

Así, poco a poco, fue resolviendo las dificultades que nos planteaba la ruta, a veces con un pequeño tirón de cuerda por parte de Ángel, hasta que llegamos al hombro de la antecima y nos tocó esperar. En la espera, Manu  y Nico recibieron la lección más importante de ese día…

El lugar en el que estábamos es justo el último lugar donde te gustaría estar en mitad de una tormenta. Pues bien, la tormenta que la víspera se anunciaba a partir de las cinco de la tarde, estaba a punto de organizarse. Como en los preparativos previos a un concierto de cámara, en el que los músicos van ocupando la sala para desenvolver sus instrumentos, acomodar la altura de sus atriles o la distancia de sus sillas, todo ello en silencio, las voluminosas nubes habían ido creciendo y ocupando el horizonte cercano durante la última hora sin hacer ruido. Pero ahora, justo en aquel punto, la orquesta había empezado a sonar, incongruente, caótica, con sonidos breves; calentando sus dedos, afinando los instrumentos, la tormenta a nuestro alrededor avisaba de que el concierto estaba a punto de comenzar. Y teníamos por delante, en la cima del Torreón, ¡a cinco escaladores! maniobrando para montar su rápel, ¡y nosotros éramos otros cuatro!

Habíamos entrado en la pared por detrás de Cristina, Imanol y Álvaro. Sabíamos que

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Manu rapelando.

nuestros amigos irían más rápido y no tendríamos problemas para subir a nuestro ritmo, calculábamos que podríamos salir a tiempo, evitando la tormenta. Pero una cordada de tres se nos coló en el último largo, proveniente del rápel de la Lucas y otra cordada de dos apareció en la cima por delante de estos, desde alguna otra vía. La espera se nos hizo eterna en la última tirada, hasta que quedó despejada y pudimos afrontarla. Ahora, reunidos bajo la cumbre, solo podíamos esperar mientras los primeros truenos resonaban cada vez más cerca, anticipando la inminencia de lo que venía.

En esta situación, como digo, asistimos a la lección del día, a lo que NO se debe hacer en una situación así: la primera cordada, de dos personas, tuvo los santos cojones de bajar, desmontar su rápel y marcharse (supongo que no querrían mojarse), obligando a la siguiente, la de tres, a volver a montar el rápel con sus cuerdas y a todos a prolongar por unos minutos, que podían volverse críticos, la estancia en aquel lugar nada

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En el refugio Victory, un poco mojados pero sonrientes.

recomendable. Afortunadamente, la siguiente cordada, con buen criterio, aceptó dejar las cuerdas que les devolveríamos empapadas en el refugio, un rato después.

En aquel contexto tan alentador, va Manu y suelta eso de “Aita, ¿cómo se rapela?”. Bueno, al menos teníamos tiempo para un cursillo rápido: “pones el reverso así, agarras de aquí y vas soltando, sin más”, “pero la próxima vez, pregúntame abajo, por favor”.

La verdad es que rapelamos todos sin incidencias, Manu y Nico asegurados con las cuerdas sobrantes desde arriba por Ángel, mientras yo sujetaba los cabos abajo. Salimos de aquel pararrayos antes de tener la tormenta encima y nos mojamos ya en el destrepe, para llegar pasados por agua al Victory y devolver las cuerdas, dar las gracias a sus dueños y picar algo antes de bajar al bareto del Nogal del Barranco, con el concierto resonando poderoso sobre nuestras cabezas.

No pude disfrutar con Manu de la experiencia única de estar en aquella exigua cumbre, no coincidimos, pero creo que los dos disfrutamos de un día memorable. Mientras bajábamos, Manu me dijo: “Oye, mañana algo más tranquilo, ¿vale?”, “Vale, chaval, mañana a gozar en las placas tumbadas de La Albujea, en el Torozo”.

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Padre e hijo en la antecima del Torreón. El refugio a vista de pájaro.

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4 respuestas a Lecciones de montaña

  1. Joseba dijo:

    Esperientzia ederra, bai horixe. Aita-semeak uda oparoa daramazue kirolean. Manu beti aurrera, kikildu gabe, helmuga exigentea izanda ere. Baina irakasle eta ikasle bikainekin… dena errazagoa doa, ezta? Zorionak bioi.

  2. Gabriel Beldarrain dijo:

    ‘…creo que las lecciones más provechosas son las que aprendes por ti mismo, así que intento interferir lo menos posible en las decisiones de mi hijo.’ ¡Qué difícil! ¿verdad, Rafa?

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