Al margen de posibles actos de carácter más oficial, la semana pasada celebramos en el Club Vasco de Camping una reunión íntima relacionada con el final del periodo presidencial de Txema Garay. No lo voy a llamar despedida, porque me consta que Txema va a seguir vinculado al Club de forma muy activa. Tampoco se trata de un homenaje, porque, en realidad, fue él quien nos invitó a un grupo de colaboradores en las tareas de gestión y amigos, en muestra de agradecimiento. El gesto es muy propio de Txema, a su inquebrantable vocación de servicio al Club, une ese concepto de la amistad y esa sensibilidad que lo convierten en una persona especial, apreciada por la gente que lo rodea y que a veces le cuesta también algún disgusto.

Han sido ocho años al frente de la entidad (además de otros muchos como vicepresidente y como responsable de la sección infantil). Una cantidad innumerable de horas dedicadas a una tarea sin duda gratificante, pero también muchos desvelos cuando las cosas no salen según lo previsto, cuando se es blanco de las críticas o cuando se descubre, inesperadamente, una trampa en el camino. De todo eso ha habido también, y creo que no es aventurado afirmar que el periodo presidencial de Txema ha sido el más agitado desde aquella fundación del Club en 1950, en una época oscura y llena de trabas para el asociacionismo que escapara al control del régimen (el propio nombre del club, que resulta extraño para los foráneos, da fe de ello). Pero ha sido agitado, sobre todo, para bien: las iniciativas tomadas durante su mandato, sobre todo en lo que se refiere a infraestructuras y a la proyección del club en la sociedad, han dotado a este de un brillo y un prestigio sobresalientes. El desafío de las próximas directivas será el de mantenerlos, estar a la altura no será fácil porque, como se suele decir según el símil deportivo, el listón está muy alto.

Puedo decir que conozco bastante bien a Txema pero, sobre todo, conozco muy bien su gestión como presidente. Durante los últimos seis años he estado junto a él en la tarea. Aunque mi implicación en el Club es anterior, a través de la sección de esquí de fondo, fue hace seis años cuando Txema me pidió colaborar en la directiva, despejando mis objeciones, las propias de alguien ajeno a una tarea de ese tipo. A partir de ese día he estado, no junto a él, como he dicho, sino “pegado” a él: opinando, discutiendo, animando, pero sobre todo escuchando. Ha habido cosas en las que no he estado de acuerdo, que yo hubiera hecho de otra manera o, simplemente, no hubiese hecho (seguro que no me hubiese atrevido), pero hay algo que, para mí, está por encima de toda posible discrepancia con Txema y es el sentido de lealtad hacia él. Y no es una lealtad gratuita. He sido testigo privilegiado de su implicación en la tarea que se impuso al asumir la presidencia y he sido testigo del coste personal que eso le ha supuesto muchas veces, por eso, por encima de posibles divergencias, no he podido sino admirar su compromiso y apoyarle hasta donde hiciera falta. Para mí ha sido también un periodo de aprendizaje, la imaginación, la capacidad de iniciativa y el liderazgo de Txema me han dejado muchas veces boquiabierto; lo dije durante la ceremonia de entrega de premios de la primera edición de CVCEPHOTO, cuando tú le planteas a Txema la idea más ambiciosa, el sueño más disparatado, el contesta: “eso, hay que hacerlo”. Y se hace.

No me voy a extender en alabanzas hacia su labor al frente del Club, no es ese el objeto de este post. Estas líneas son solo para darle las gracias, públicamente, por todos esos momentos que me ha dejado compartir con él. 

Eskerrik asko, Presidente!