Como dice el encabezamiento, este es el blog de un veterano sobre montañas y otras cosas que se piensan con los pies, esas cosas que, si las pensáramos con la cabeza no haríamos o, en todo caso, haríamos de otra manera.
Este sitio nace como un experimento, sin un rumbo fijo ni un buen viento que empuje sus velas, de una manera casi displicente, esa misma manera en la que rutinariamente me ato mis viejas zapatillas desde hace tantos años, sin más idea en la cabeza que bajar las escaleras y dar los primeros pasos hacia el parque. A base de repetirlo, ese gesto se ha convertido en parte de mi vida. Una parte insustituible y fundamental que me abre las puertas a un lugar especial, un lugar de preguntas y respuestas, de experiencias y sensaciones al que no estoy dispuesto a renunciar. Por mucho que mis huesos chirríen.
Se deduce de ese encabezamiento que las zapatillas que de verdad me gusta atarme son las de esquiar. No hay duda, para mí nada hay comparable a una buena sesión de clásico sobre una nieve recién caída y una huella bien pisada, solo y en silencio y, puestos a elegir… con mal tiempo.
Pero no les hago ascos a otras zapatillas, me gusta, sobre todo en el calor del verano, apretar la carraca de mis zapatillas y sentir el clac del pedal, a partir de ahí sé que una carretera de buen asfalto, sinuosa y con vistas, o un camino de montaña, me llevarán mucho más lejos que al lugar al que me dirija. Mis viejas zapatillas de goma cocida me han llevado por lugares de vértigo donde el placer y el horror pugnan en la yema de los dedos dejándote sin aliento. Sin embargo, las zapatillas con las que estoy casado en un largo matrimonio de convivencia diaria son las de correr. A pesar de lesiones, operaciones, dolores y circunstancias diversas que nos han separado de vez en cuando (la vida, por fin me he dado cuenta, es un carrusel de subidas y bajadas imprevisibles) vuelven a acompañarme y, como digo, me proporcionan la llave secreta a la parte profunda de mí mismo.
Durante años suponía que cuando corría, entrenaba. Suponía que me preparaba para algo. He corrido infinidad de carreras cortas, medios maratones y maratones, también marchas cicloturistas, carreras de mtb, de montaña, de esquí de fondo y algún triatlón, todo ello siempre con mediocres resultados si nos ceñimos a las marcas. Lo sigo haciendo, pero ya no estoy seguro de que entrene. Lo que antes creía una finalidad, ahora me parece una consecuencia, casi un efecto secundario. Podría renunciar a competir, pero no dejaría de atarme mis zapatillas y dejarme llevar. Si es posible, a diario. Por mucho que mis huesos chirríen.
Rafa Elorza