
(Foto: Andoni Ramos)
“… hizo un pequeño agujero en la nieve, en el que metió una barra de chocolate, un paquete de galletas y un puñado de caramelos. Dos días antes, en el Collado Sur, Hunt me había dado un pequeño crucifijo, encargándome que lo llevase a la cima. Yo también hice un agujero en la nieve y coloqué el crucifijo junto a la ofrenda de Tensing.” Así narra Edmund Hillary la parte dedicada a los objetos dejados en la cima del Everest, dentro del relato de aquel histórico 29 de mayo de 1953, en el libro de John Hunt. Este célebre episodio forma parte de la cultura montañera e inauguró una práctica que se repitió durante años en las expediciones que alcanzaban la cima del mundo: uno recogía los objetos dejados por su predecesor y dejaba otros a cambio.
En cuanto a la exactitud del relato de Hillary, sorprende descubrir la versión no coincidente de Tensing en su biografía: “Entre tanto, yo hice otra cosa que se debía de hacer en la cima de nuestra montaña. Saqué del bolsillo el paquete de caramelos que llevaba, el pequeño lápiz rojo y azul que me había dado mi hija Nima y, abriendo un agujero en la nieve, los deposité en él. Entonces, Hillary me entregó un pequeño gato de trapo, negro y con ojos blancos, que Hunt le había dado como mascota, y yo lo puse junto a lo demás. En su relato de nuestra ascensión Hillary dice que era un crucifijo lo que Hunt le había dado y que lo dejó en la cima, pero si fue así, yo no lo vi. A mí solo me dio el gato de trapo. Yo no metí en la nieve más que el gato, el lápiz y los caramelos.” Curiosa y sorprendente la contradicción entre ambas versiones. El hecho es que esta costumbre iniciada en la primera expedición podía servir, y de hecho servía, para corroborar la culminación de la ascensión a falta de otras pruebas.
Pasaron casi treinta años hasta que en el invierno de 1979-80 una expedición polaca, liderada por Andrzej Zawada, colocara el 17 de febrero a Krzysztof Wielicki y Leszek Cichy en la cumbre para dejar, como aquellos primeros ascensionistas, algunos objetos allí, entre ellos un rosario, regalo del papa Wojtyla a la expedición. Hay que entender toda la carga simbólica que tiene este hecho en un país que está viviendo un momento histórico crucial que llevará al cambio de régimen: una expedición al techo del mundo, un rosario bendecido por un papa polaco bajo un régimen comunista en una coyuntura histórica de cambio… la carga referencial y emocional sobre ese rosario debía ser muy grande. Cichy recoge de la cima una nota manuscrita de tres líneas envuelta en plástico y dejada por Ray Genet, el estadounidense que aquel otoño de 1979 murió a 8500m durante el descenso.
Tres meses después coinciden tres expediciones tratando de alcanzar la cima, catalanes y vascos por la normal de la ruta Sur y otra vez polacos por el Pilar Sur. Martin Zabaleta alcanza la cima adelantándose en unos días a los polacos y, siguiendo la costumbre, coge el rosario del papa para dejar la ikurriña. Cuando llega al Campo Base, los polacos parece que reclaman el rosario. Según llegó hasta nosotros, tanto Martin como la expedición vasca en su conjunto sufrieron presiones para devolver el rosario de Wojtyla (se entiende que había en ello un interés político). Sin embargo, Martin se mantuvo firme: aquel rosario era para su madre, Mónica, y no estaba dispuesto a desprenderse de él. Mónica apreció el obsequio y, de hecho, no se ha separado de él en treinta y cinco años, hasta que las artes seductoras de Antxon Iturriza permitieron que lo cediera temporalmente para la exposición “Mendia”, celebrada en el Museo San Telmo con el apoyo del Club.
Durante la reciente visita de Krzysztof Wielicky a Donostia tuvimos oportunidad de charlar con él sobre montañas, grandes y pequeñas, sobre el miedo, el frío y las penalidades y, tras una larga marcha de aproximación, mitad en inglés, mitad en italiano, entre solomillos al punto y vino de Rioja en el Anastasio, abordamos con el café y un chupito de patxaran el tema del rosario de Mónica (antes de Wojtyla). Me sorprendió que su versión no se correspondiera con la que yo tenía.
Krzysztof mostró interés por él y confesó que no recordaba cómo era, en realidad, nunca lo había visto, Zawada le dio, antes del ataque a cima, un pequeño paquete, “The summit kit” según sus propias palabras, que contenía el famoso rosario, un crucifijo y un termómetro de máximas y mínimas. Él no llegó a ver esos objetos, se limitó a dejarlos allí. En cuanto a la estrategia de que el rosario depositado en invierno fuera recogido en primavera por los polacos que hicieron cima (Kukuczka y Czok) unos días más tarde que Martin, se rio negándolo rotundamente. Al comentario de que quizá no él, pero Zawada lo hubiera planificado así, respondió que, en absoluto, Zawada estaba encantado de que una expedición ajena pudiera corroborar que habían hecho la primera ascensión invernal al Everest.
Para Wielicki no hay ni hubo conflicto alguno. Se alegró de ver el rosario cuando le mostramos la foto de Andoni Ramos y también del hecho de que aquel objeto que dejó en la cima del mundo, más de treinta años atrás, siga gozando de la celosa custodia de la madre de Martin y sea apreciado hasta el punto de ser expuesto en un museo.
Respecto al termómetro, se quejó de que, cuando lo recuperaron sus compañeros en primavera (este sí), alguien lo había zarandeado haciendo imposible la lectura de los registros… ¿quién pudo haber sido?
(Errimaia nº 83)