Valdefería es un pequeño valle de montaña. Se accede a través de un bello sendero que zigzaguea por el bosque de coníferas. El olor a resina impregna la atmósfera y el rugido de las cascadas en las que el torrente se precipita nos acompaña mientras ganamos altura dominando el valle. Al salir del bosque se entra en una angosta garganta donde el camino se abre paso sobre el abismo, labrado en la roca desnuda. Es un lugar oscuro y húmedo donde la luz y las minúsculas gotitas de agua juegan dibujando reflejos irisados. Más arriba de la garganta el silencio se adueña del paisaje, el valle abierto nos descubre, en un segundo plano sobre las colinas salpicadas de pino negro, el circo de paredes de granito oscuro que lo rodean. Debido a algún curioso fenómeno, que no acierto a explicarme, los pequeños glaciares que se esconden a la sombra de esas montañas persisten como hace cuarenta años, inmunes a la enfermedad que afecta a sus compañeros de la cordillera, que han ido menguando en este tiempo. Estos neveros mantienen su aspecto inmaculado durante todo el año, las ocasionales nevadas del verano, allá arriba, se encargan de repintarlos de blanco.
Al pie de esas paredes, el fondo del valle es una llanura amable, salpicada de pequeñas lagunas y colinas caprichosas que invita al descanso sobre su césped. Cada lago, y hay más de una docena, es de distinto color, de forma que el montañero familiarizado con este paisaje puede orientarse entre la niebla al paso junto a cualquiera de ellos.
No hay refugios ni cabañas en Valdefería, es un lugar salvaje y recóndito, de difícil acceso, adonde deberemos acarrear todo cuanto necesitemos durante el tiempo que queramos habitar allí. Solo los sarrios nos acompañarán, además de las aves propias de aquellos lugares, ni siquiera hay marmotas.
Las montañas que rodean el valle ofrecen ascensiones de todo tipo. Llevo más de treinta años yendo allí y he recorrido todos sus rincones, desde las sendas dibujadas por el paso de los sarrios que se pierden al llegar a las altas pedreras, hasta las aristas aéreas que dibujando el límite entre sol y sombra se encaraman desafiantes sobre el abismo. No encontraréis hitos en sus caminos, más que los que construyáis vosotros, la próxima vez que vayáis; no encontraréis clavos, ni viejos cordinos deshilachados en las reuniones de sus vías de escalada, ni en los rápeles, más que los que vosotros abandonéis. Nunca, en ninguna de mis salidas a este lugar, me he encontrado con ningún otro ser humano, fuera de los escasos amigos que me han acompañado. Valdefería no figura en los mapas. Por algún error o despiste sin precedentes, alguien se olvidó de consignarlo. Es más, ni siquiera estoy seguro de que ése sea su nombre. Una vez, llegando al valle de vuelta de una salida de varios días, un pastor, sentado sobre una piedra junto al río, me preguntó, señalando hacia el lugar mientras daba cuenta de un pedazo de pan con chorizo, si venía de Valdefería. Yo le dije que sí. En realidad no sé si dijo Valdefería, pudo haber dicho Valdeumbría o Valdefría o cualquier cosa parecida, pronunció esas palabras con la boca llena.
Es extraño que Valdefería no figure en los mapas, en realidad era extraño incluso aquel pastor sin rebaño que jamás he vuelto a ver en un lugar en el que jamás he visto un rebaño. No puedo orientaros sobre la localización del lugar porque el clima en el valle también es extraño; aunque luzca un cielo despejado nunca he visto el horizonte desde sus cumbres, nunca he divisado el paisaje más allá del propio valle. Al llegar arriba, siempre hay nubes que cierran la vista al otro lado…
(Valdefería es una vulgaridad. Es en realidad uno cualquiera de los múltiples valles de la intrincada geografía del Pirineo y es, al mismo tiempo, un lugar único, singular. Los montañeros amantes de la soledad añadimos valor a los lugares salvajes e intransitados. Debería haber un valle para cada uno, un valle donde materializar la fantasía personal de Valdefería, pero no lo hay. Se plantea entonces un dilema ético que a veces me atormenta: ¿divulgar o disfrutar? Un montañero, un club de montaña, una revista de montaña, no pueden ser ajenos a ese dilema ni a las complejidades que lo sostienen. Divulgar o disfrutar, con todos los matices intermedios, pero a la vez, con toda la neta contradicción entre ambos términos).